Etapas mediáticas de la paternidad

  • Mirada en la red
  • Luis A. Guadarrama Rico

Toluca /

Ayer, contra viento y Covid, en la mayoría de los hogares celebraron el Día del Padre, con o sin tecnologías. Posponer el festejo para el mes de agosto, exhibe indudables resistencias para aceptar la presencia y efectos que impone la pandemia que nos azota; será que no coopera el imaginario y febril “aplanamiento” de la curva que, dicho sea de paso, ha salido terco y respondón.

La paternidad, como otros procesos sociales, es el resultado del vínculo; en su raíz, colaborativo-genético y, enseguida, a partir del nacimiento de nuestra hija(s) o hijo(s), se va nutriendo de la interacción cotidiana enmarcada tanto en este tipo de parentesco consanguíneo-amoroso, como de la relación articulada con la(s) madre(s) de nuestros vástagos.

Las imágenes que más se propagan a través de los medios de comunicación de distinto alcance y tipo, presentan a padres jóvenes que están conviviendo felizmente con su hija o hijo, cuyas edades bordean entre los pocos meses hasta los once años de edad. Tenemos esa frenética vocación de simpatizar más con la eterna juventud; con el despunte de la vida; con el vigor de nuestra expansión genética en plenitud de facultades.

Es revelador el hecho de que este tipo de escenas o “momentos kodak”, circulan con menor frecuencia presentando a progenitores conviviendo con hijas o hijos adolescentes o jóvenes que desfogan su vida entre las 13 y 22 primaveras. Ello da cuenta de las tensiones, distancias o discrepancias que usualmente entreteje el mundo adulto con el juvenil. Como un día lo comentó el escritor y humorista estadounidense Mark Twain: “Cuando yo tenía 14 años, mi padre era un ignorante insoportable…”

Otras postales que gravitan para dar cuenta del emblemático festejo a la paternidad tiene que ver con el padre mayor o, como eufemísticamente se dice, de la tercera edad. Entonces los textos que acompañan a las solidificadas estampas tienen que ver con la revaloración de las enseñanzas; de lo que se heredó en vivencias compartidas con la descendencia; algunas ocasiones se concede cierta dosis o chispa de sabiduría al progenitor.

En menor medida, hay iconografías que aluden a aquellos ascendentes que han fallecido. Entonces el repunte valorativo, cual disfunción eréctil, es imparable. Así somos, al que ha partido, le glorificamos o lo canonizamos. ¿Yo?, mejor espero.

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