Lenguajes venenosos

  • Diario de campo
  • Luis Miguel Rionda

Ciudad de México /

El lenguaje es una capacidad comunicativa cuya potencia ha sido llevada a extremos notables en el ser humano. En nuestra especie, todos los grupos desarrollan códigos —o sistemas de signos y significados— que facilitan la convivencia cotidiana. Los lenguajes se basan en elementos, las palabras, que son como los átomos de las estructuras de sentido. Las palabras se proyectan mediante un recipiente —una serie de sonidos, un conjunto de trazos gráficos u otros recursos— y transportan un contenido significativo, que denominamos “concepto”.

Los conceptos son las “moléculas” del lenguaje. Una definición más formal sería que un concepto es una imagen mental de un elemento de la realidad que es abstraído —traducido en imágenes mentales— para después ser “empaquetado” en ese concepto.

Este es un proceso que es determinado externamente por la psique colectiva, el ethos comunitario que se construye como respuesta adaptativa de un grupo humano a su entorno concreto. Ningún individuo determina los contenidos de un concepto, más que cuando interactúa con sus semejantes. En otras palabras, una persona individual no tiene la capacidad de alterar sustancialmente los significados de las palabras y sus conceptos. Y esto vale para las expresiones complejas.

Toda sociedad amolda sus lenguajes a las circunstancias propias de su momento histórico, su desarrollo tecnológico, su nivel de institucionalización y su cuerpo regulador de conductas —corpus legal o normativo—. Las hablas reflejan los sistemas de dominación y justificación de los poderosos, pero también de defensa por parte de los dominados.

Las lenguas reproducen la conceptualización de un pueblo sobre su realidad, y en particular sobre los otros, los diferentes. Los conceptos se cargan o descargan con contenidos ideológicos, y con frecuencia sus usuarios pierden conciencia de sus significados originales, y se mantienen en uso cotidiano más tiempo que las coyunturas que les dieron origen.

El empleo de conceptos cargados negativamente no es único de nuestro país. Ocurre en cualquier conjunto humano. El “otro”, el diferente, siempre despierta temores y provoca una primera reacción de aversión. Es un reflejo condicionado arraigado en nuestra naturaleza animal. No lo justifico, sólo intento explicarlo.

La corrección política que impera en nuestros días ha añadido complejidad a este tema, pues se han desarrollado amplios y nuevos códigos de compostura que combaten las viejas expresiones prejuiciadas, que algún día tuvieron su momento de “corrección”. El lenguaje se convierte en un recurso más para la construcción de discursos políticos donde imperan las ideologías y sus respectivas correcciones.

Con esto reacciono al linchamiento en medios que se ha dirigido contra el consejero electoral del INE, Uuk-Ib Espadas, por haber empleado una expresión políticamente incorrecta en una entrevista. Conozco al consejero desde hace más de tres décadas y me consta su compromiso con la democracia y los grupos históricamente sojuzgados, como lo ha sido la población de origen afro. Coincido en que fue desafortunado el uso de una expresión cargada, pero el consejero se refería al significado coloquial que se le da —todavía— en nuestro país. Nunca hubo un segundo mensaje o prejuicio oculto.

El desarrollo de esos grupos vulnerados debe fundamentarse en acciones trascendentes para la resolución de las contrariedades que los afectan en el plano material y en el cultural. Hay que combatir los estereotipos venenosos en el lenguaje, sí, pero no mediante el cadalso y el oprobio públicos, sin atender el derecho a réplica, con apertura de mente y beneficio de la duda.

* Antropólogo social. Consejero electoral del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato. Profesor ad honorem de la Universidad de Guanajuato

luis@rionda.net

www.luis.rionda.net

https://rionda.blogspot.com/

https://twitter.com/riondal

fb.com/riondal

Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS