La metida de pata de Marko Cortés esta semana revela las angustias del PAN. No fue un lapsus, él ya lo había dicho antes: lo cree. Incluso es posible que tenga razón.
Decir que de las seis gubernaturas en disputa el próximo año solo ve posibilidades “reales, auténticas, bien ganadas” para su partido en Aguascalientes, es un error porque acaba con la esperanza de sus correligionarios, pero sí que la tienen difícil y él se cura en salud desde ahora.
En una de esas, hasta bien le sale a Cortés este ataque de realismo político: aunque haya amanecido horas antes, hacer sonar una alarma a las once de la mañana no estorba para que el PAN entienda que es tarde para ponerse a chambear. Y que se acaba el tiempo.
El comentario de Cortés fue derrotista, pero también es representativo de un partido que está fragmentado en la derrota y que, si oye el despertador a las once, tendría que empezar su día metiéndose a bañar para abrir bien los ojos y saber cómo y con quién trabajará. Y para quién trabajará. Si es que lo oye…
Hace ya tiempo que las fortalezas del PAN se han vuelto sus debilidades. Sobre todo, sus soportes locales se convirtieron en una limitante seria para construir un proyecto nacional. Sus liderazgos en los estados han defendido a toda costa su pequeño espacio ante el descenso del partido en el país. Esto mantiene al PAN vivo, pero enfermo. Y a los líderes, fuertes pero miopes: los consume la búsqueda de militantes para controlar los padrones, asambleas y finalmente la selección de candidatos. Acaban construyendo una militancia incondicional a cambio de chambas en el ayuntamiento o en el gobierno que, desde el punto de vista partidista, manejan. Controlan con eso quiénes serán candidatos, que serán suyos, aunque provoquen divisiones internas irreconciliables y sin argumentos. Se dedican al bombardeo, con la mira puesta siempre y solo en mantenerse. No hay manera de ver desde ahí ni siquiera las líneas básicas de un México diferente, que responda a sus ciudadanos y a los tiempos.
Es cierto que en Aguascalientes el PAN podría ganar incluso sin alianzas, si tan solo se unieran las fuerzas del partido. Pero por encima de todo, está la tan panista división. En un lado está la precandidata Tere Jiménez, impulsada fuertemente por el propio Marko Cortés, pero contenida por el actual gobernador Martín Orozco (“Si de por sí nunca he estado convencido de este dirigente, imagínense lo que pienso ahora”). Él, por su parte, apoya a su amigo el senador Antonio Martín del Campo. El mayor obstáculo para una victoria panista está dentro del PAN, en las agendas de sus líderes.
Muchos piensan que el único resorte que puede impulsar al PAN es buscar formas para tomar en cuenta a los ciudadanos en las decisiones internas. Los padrones cerrados se volvieron imposibles; más aún, son la razón de la miopía y de la pérdida de proyectos. Y aunque hay riesgos conocidos al utilizar otros métodos de selección, éste ya está probado como irremediable. Pero tal vez es demasiado tarde para una reorganización de gran calado.
Según el gobernador Orozco, Cortés también piensa desde ahora que el PAN la tiene más que difícil para 2024. Ya las culpas van y vienen. Y las angustias.
Luis Petersen Farah
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