Desapareció el lunes. Cuando su madre fue por ella ya no estaba. La había visto entrar a la prepa con su mochila en la espalda, como de costumbre. Le envió mensajes por teléfono. La respuesta, “no te preocupes, me fui de paseo”, utilizaba un lenguaje formal que no era suyo. Las madres conocen las palabras de sus hijos.
Directo a la Fiscalía de Desaparecidos, en el corazón de Guadalajara. Alerta Amber, protocolo Alba, firmas rápidas, preguntas, señas particulares, divulgación. Nada. Al anochecer llegó un video de su WhatsApp, grabado antes desde su propia recámara: aseguraba que se iba por voluntad propia. La fiscalía rastreó el teléfono. Había señales en Tlaquepaque y en el centro de Guadalajara. Después supieron que ese celular estaba en manos del autor del primer mensaje y que se paseó con él antes de destruirlo para despistar. Él mismo envió el video programado. Él mismo la había llevado a la central de autobuses en el automóvil de otra persona, quien lo conducía.
Ahí la dejaron. Los dejaron: Paula, campeona estatal, subcampeona nacional, cuarto lugar norteamericano, tercer lugar mundial, se iba a los 16 años con su instructor de alto rendimiento de ajedrez, un personaje hasta entonces amable y enjundioso que la entrenaba junto a otros niños y adolescentes. La Fiscalía de Desaparecidos de Jalisco inició la investigación y una búsqueda intensa. Con lo que fueron encontrando, determinaron que ella estaba en peligro.
Para empezar, el hombre que se había llevado a la menor tenía formalmente dos identidades. No es que se hubiera inventado un seudónimo. Había dos registros independientes, correspondientes a la misma persona. El segundo había sido un registro extemporáneo en Tlaquepaque, Jalisco. Aprovechando su nueva identidad, el ajedrecista se había bajado convenientemente unos buenos años de edad.
Cada nuevo dato era una motivación adicional para encontrarla. Aparecieron también mujeres valientes, víctimas anteriores en otras ciudades del país.
Paula llamó a su casa el miércoles y el jueves de dos números celulares distintos. Dijo que no podía revelar dónde estaba. Después no volvió a llamar. El túnel se alargaba. Sin importar un incomprensible mensaje del gobernador, la fiscalía jalisciense arreció las pesquisas, apoyada por la Comisión Estatal de Búsqueda y la Secretaría de Igualdad, por los municipios y los gobiernos de varios estados, por la Secretaría de Seguridad de CdMx, por su propia familia, sus hermanos, mi esposa, sus primos, sus tíos paternos y maternos, por expertos de buena voluntad en todas las áreas, organizaciones académicas y de búsqueda de desaparecidos, por sus amigos de todas edades, por periodistas y medios de comunicación que lograron una eficaz difusión de la alerta y un correcto enfoque del problema.
Mi hija llegó a la Fiscalía de Desaparecidos en Azcapotzalco después de 18 días del más helado diciembre. No quiero que termine el año sin agradecer a todos los que llenaron de repente mi tablero de fuertes damas, torres y caballos. A todos y en particular a MILENIO y Multimedios, a mis compañeros y a la familia González: Paula fue desde el primer día uno de los suyos. Y les pido ahora, a ellos y a quienes me leen, una pausa en la aparición de esta columna: entre mis tareas pendientes está la obligación de que esto no le pase a otras, a otros. Necesito una nueva preparación para hacerlo. Si es así, hasta la próxima. Feliz 2022.
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