A quién le preguntes por qué hace seis años Nuevo León votó por El Bronco, te responderá lo mismo: no había de otra. Y a quién le preguntes ahora por qué votó por Samuel García en junio pasado te responde igual.
Aun después de que El Bronco abandonó medio año el gobierno del Estado para irse de candidato aventurero a la presidencia de la República en 2018, a quien le preguntaras por qué había votado en su momento por él te respondía: no había de otra.
¿Qué puede significar esto? PRI y PAN se habían cerrado la puerta en Nuevo León, al menos para la gubernatura. Candidatos sí había, pero se había impuesto la fuerza del no.
El PRI había postulado en 2015, contra El Bronco, a la senadora Ivonne Álvarez para suceder al cuestionado gobernador Rodrigo Medina. La candidata no tuvo la oportunidad de ser escuchada y evaluada en su desempeño anterior como legisladora ni como presidenta municipal de Guadalupe, en el corazón de la zona metropolitana regia: solo “era parte de lo mismo”.
Por su lado, el PAN había postulado finalmente a Felipe de Jesús Cantú, ex alcalde de Monterrey con una larga trayectoria legislativa y partidista, aunque lejano de las dirigencias panistas locales. Suplió de última hora a la alcaldesa de Monterrey, Margarita Arellanes, acusada también de manejo irregular de las finanzas municipales en su búsqueda desbocada de la gubernatura. El “no” también había puesto un muro frente al PAN, por las insatisfactorias administraciones municipales, en particular de la capital, y por el burdo manejo interno del partido en el Estado. Cantú la tenía cantada: era “no”.
El pasado 6 de junio, el PRI apostó al olvido y postuló para gobernador a su alcalde de Monterrey, Adrián de la Garza, un experto en seguridad pública que había dado buenos resultados en su larga trayectoria. Pero no pudo quitarse el estigma tricolor ni el de su cercanía con el ex gobernador Medina y su grupo. El PAN, fiel a sus manejos internos, se negó a poner a un candidato con trayectoria panista que podía amenazar el equilibrio de sus dirigentes de facto. Además, esta vez se añadió el nuevo “no” a Morena. Clara Luz Flores, una candidata externa con posibilidades de hacer un buen papel, tampoco tuvo la ocasión de ser valorada por el electorado, crecientemente antiobradorista.
Cuando el “no” está cantado para unos, las simpatías bastan para otros. Ahí se aferra el optimismo. En 2015, el entonces carismático Bronco arrasó. Su imagen de vengador, silvestre, enamorado de las redes sociales, iletrado que presumía solo haber leído el Libro Vaquero, resultó suficiente. Y aunque hoy no se le perdona su falta de resultados, muchos consideran como un avance el triunfo de un candidato sin partido.
Ahora Samuel comienza con formas similares a su antecesor. Según su discurso inicial, gobernará con diosito, con Texas, con Alfaro, con unidad y modernidad, con mañaneras y con su esposa, que ya anunció la subasta del vestido con el que asistió a la toma de posesión.
García tiene la ventaja de no estar tan solo como su antecesor. Veremos. Lo que no sé es qué esperan los partidos para revisar su organización, sus ofrecimientos y sus liderazgos. No parecen entender la fuerza del no que se construyeron enfrente. Como una muralla.
Luis Petersen Farah
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