Los desaparecidos son de todos

Ciudad de México /

Quien se ha acercado al dolor de una madre, de un padre, de una hija o hijo que tiene a su familiar desaparecido, no puede más que afirmarlo así: los desaparecidos son de todos.

No es un asunto frío de deducciones racionalistas. Quien se acerca entiende de golpe que como comunidad no podremos estar en paz si no damos, al menos, con el paradero de tantas personas desaparecidas y si no intentamos asegurar la vida y los apoyos a sus familiares, sobre todo los menores.

Eso tiene de terrible el dolor, eso tiene también de transformador: nos une. Destroza a quien lo padece, transforma y une a quien se acerca, a quien se deja tocar.

¿Qué hemos vivido en Nuevo León, sobre todo en años recientes? Muchos han vivido dolor. La gran mayoría, miedo.

Miedo y dolor son experiencias humanas distintas. El miedo nos llevó a encerrarnos, a salir menos, a reagruparnos con amigos de confianza. Nos hizo usar menos la carretera, subirnos al camión no sin antes echar una miradita al ambiente o conducir el auto multiplicando los ojos: un ojo a cada espejo y otro adelante.

Eso vivimos la gran mayoría. El miedo nos aisló, nos aísla aún, en esa suerte de sálvese quien pueda. Cada quien su casa, cada ventana su reja, cada casa su perro.

Tenemos miedo porque el dolor destroza. Pero el dolor une a quien se acerca y se deja tocar. Los testimonios de Cadhac son impresionantes. Hay autoridades duras que se han dejado tocar por el dolor de los desaparecidos. Otras no. O aún no, como me comentó la hermana Consuelo Morales.

Y ha habido cambios y logros importantes en la búsqueda de desaparecidos. Un grupo de expertos internacionales apoyará la búsqueda e identificación de desaparecidos en Nuevo León. Van a estar aquí cuatro años sobre todo para apoyar los procesos científicos.

Pero falta mucho. Falta, por ejemplo, que lleguen los recursos prometidos este año en el presupuesto estatal, destinados a hijas e hijos de personas desaparecidas. No se pueden quedar, además de sin padre o madre, sin oportunidades.

Falta empatía. Hay que acercarse.

luis.petersen@milenio.com

  • Luis Petersen Farah
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