Cuando se acerca el final, la fortuna regala a algunos la posibilidad de inclinarse por un modo de morir. Y no es que yo firme sentencia alguna para el PRI, pero en la votación sobre la reforma energética, el viejo partidazo parece enfrentarse a una de esas determinaciones últimas de la vida.
Claro que una forma de mirar este trance priista es reduciéndolo al clásico “de a cómo” en cualquiera de sus variantes. Y no podría dudar de que tales costumbres existan, ya se han visto lo suficiente. Pero observando también que estos dichosos hábitos han alegrado la vida de muchos en otros partidos, prefiero no concentrarme en esta sola mirada y enfocar el asunto desde un ángulo, digamos, tricolor.
Y es aquí donde opino que el PRI está por decidir la forma de vivir sus últimos días. Ante la reforma de la reforma, el PRI ha convocado a un debate interno sobre la postura a tomar, a sabiendas que ninguna le devolverá la vida, ya no digamos la juventud. Más allá del “de a cómo”, en adelante se abre para él una disyuntiva: o muere como revolucionario o muere como institucional.
La primera opción supone que los legisladores priistas adoptan la iniciativa energética del Presidente, con los matices necesarios para salvar la honra. Supone que el PRI se acerca a sus orígenes y a las luchas que lo mantuvieron durante décadas en el poder; que no se aleja de la figura del presidente líder, garante único del orden político y con facultades, aunque temporales, para ser el rector de la economía en la medida que las circunstancias lo vayan permitiendo; que dirige su discurso a las mayorías pobres, a quienes habla sabiendo que ellas son sus votos y promete resolverles la vida, aunque no diga cómo ni cuándo.
En esta vía, el PRI decide asistir a su propio entierro con indumentaria de hace un siglo y exhibe ante todos su legado en la construcción de un país revolucionario. Muere entre los suyos, asfixiado en el abrazo fraterno y enarbolando siempre el estandarte de la virgen Morena.
En la segunda opción, al PRI lo enterrarían de corbata a la moda. Moriría como oposición, en plena lucha por el equilibrio de poderes y la autonomía del Legislativo y el Judicial, por la consolidación de las instituciones democráticas, por la inversión y por el desarrollo económico y tecnológico en un mundo que se disparó hacia otra época.
Moriría cerca de los empresarios, de los científicos y de la globalización y sus países rectores. Moriría tras honrar una alianza con el PAN y darle la espalda al proyecto de AMLO, enemistado con un gobierno que lo calificaría de traidor y castigado para la eternidad… lo cual tampoco sería suficiente para que la oposición, que no confía en él, se viera obligada a guardarle fidelidad. Se pondría en camino de morir de fatiga, encargado de hacer tareas que no se le dan, en medio de una batalla en la que nunca será capitán.
Necesita tiempo para pensar, eso es cierto. Pues también está el riesgo de que la vida le niegue la energía suficiente para armar, a estas alturas, un acuerdo firme y que se quede paralizado en la indecisión. Entonces, el PRI no moriría ni por revolucionario ni por institucional. Solo quedaría partido, por una descarga eléctrica. Y sin haberse reformado.
Luis Petersen Farah
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