El populismo nunca muere

  • Entre ciudadanos
  • Ma. del Carmen Platas Pacheco

Ciudad de México /

La extraña mezcla de esperanza y decepción que advertimos en el imaginario social, motivada por la situación actual del país, nos obliga a reflexionar en torno de la vigencia y renovado entusiasmo por las narrativas populistas asumidas por esos líderes que intentan hacerse con el triunfo en los diversos cargos políticos que en breve estarán en disputa electoral.

La peligrosidad de los populistas no reside solo en su narrativa de frases hechas y lugares comunes en torno a la injusticia y la explotación, y lo mucho que merece esa sociedad sufrida a la que humildemente se acercan para pedir su voto como signo de confianza. El populista sabe de sobra que las soluciones mágicas a los problemas sociales no existen y posiblemente ni siquiera conoce las causas o posee una real estrategia para combatir y superar los asuntos que ofrece y se compromete a resolver. En la historia sobran ejemplos que muestran a muchos de estos líderes que una vez instalados en el poder se comportaron de un modo dictatorial y cruel, mucho peor que aquellos malos políticos a los que señalaron y persiguieron como enemigos.

A lo largo de la historia, las ofertas y exhortaciones de los populistas han confirmado dos experiencias de graves impactos: el incumplimiento de las promesas con que se hicieron de los votos necesarios para llegar al poder, y de otro lado, la prolongación en el tiempo de su gestión de poder o gobierno por espacio de décadas, hasta que la muerte o el propio pueblo pudo derrocarlos. Al advertir estos riesgos inseparables del populismo y el grave deterioro del ánimo social en nuestro país, hemos de ser conscientes de la falsa opción que representan y del peligro real que son.

La falta de criterio y orientación clara respecto de los problemas sociales y el modo de afrontarlos, con frecuencia conduce a los debates interminables y a las descalificaciones entre quienes sostienen posturas distintas. Esas situaciones en realidad nos muestran que lejos de avanzar en el diálogo y en la búsqueda de soluciones razonables, solo son ejercicios discursivos empleados para el lucimiento de los populistas, hábiles retóricos, pero ineficaces gobernantes.

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