En su conjunto, las diversas celebraciones marcadas en nuestro calendario en torno al amor, las mujeres, los niños, la madre, los maestros, los padres y los abuelos, sugieren la necesidad de consideración respecto de los afectos que articulan las relaciones significativas de nuestras vidas.
La evocación en nuestra mente de un recién nacido, sugiere la necesidad de acogida, auxilio y afecto; estos elementos propician un entorno favorable para su desarrollo y crecimiento, tan necesario como los bienes materiales de alimentación, salud y vestido. La relación cálida y cercana al bebé, y entre quienes se hacen cargo de él, produce lazos afectivos gracias a los cuales el recién nacido se siente seguro. Según advierten psicólogos y filósofos, la seguridad, es decir, la relación confiada respecto de quienes le propician cuidados, es elemento indispensable en la configuración de una personalidad madura y estable; en sentido negativo, la falta de ésta es una de las causas profundas de las personalidades violentas, intimidantes y desequilibradas.
Por desgracia, para muchos niños, la agresión no es un drama de cine o televisión, sino experiencia de vida cotidiana que se realiza en sus casas, en su entorno y con frecuencia incluso en su propio cuerpo. En el fondo de la violencia social en que vivimos, existe un deber de cuidado, aceptación y cariño, que los adultos no han dado a los niños, generando relaciones de dependencia destructiva y tóxica, incompatible con el amor filial, marcando en muchos casos los rasgos sociopáticos de los jóvenes y adultos violentos que protagonizan actos delictivos.
En la actualidad, las expresiones de incomprensión respecto del ejercicio de la sexualidad, y ciertamente de la violencia, son frecuentes. Así, la masculinidad se asocia a los comportamientos de fuerza física, dominación, dureza y sometimiento en perjuicio de las mujeres, ubicadas en roles de debilidad y en consecuencia destinatarias, desde la infancia, del abuso y la violencia que los varones ejercen para mostrar su hombría.
La superación de la violencia que imponen los adultos como sufrimiento para los niños en un estilo de vida tóxico y destructivo, supone replantear desde edad temprana el proceso de formación de las personas, de manera que se potencien las conductas de inclusión y respeto en el trato cotidiano y se erradiquen aquellas otras que lastiman y ofenden; así, al celebrar cada año el día del amor, los niños, la madre y los maestros, las ocasiones se harán propicias para la reflexión en torno de las acciones afirmativas de afecto que contribuyan a erradicar la violencia como estilo de vida.