Las recurrentes amenazas sobre el futuro de México, del impredecible y temperamental presidente Trump deben tomarse de quien vienen y valorarse en su verdadera proporción, sin burlas simplistas, pero desde luego evitando darles la importancia que no tienen. A poco más de 100 días de iniciado su mandato, al parecer se empieza a dar cuenta que gobernar al país más poderoso del mundo supone negociación, es decir, el juego político de múltiples intereses, en su propio congreso, y por supuesto en el contexto mundial. No es como él pensaba, tarea fácil, ni puede hacerse a golpe de rabiosas decisiones unilaterales, como si únicamente se tratara de concretar el capricho personal de un magnate senil al costo que fuere.
Sin lugar a dudas, la inminente renegociación del Tratado de Libre Comercio puede ser benéfica para México y para los otros dos países. Los verdaderos negocios lo son porque todos los involucrados ganan, y ese acuerdo fue suscrito en un tiempo donde ni siquiera se vislumbraba el gran poder y expansión de algunas de las herramientas de negocios indispensables en el mundo de hoy, es decir, a poco más de 30 años, México y el universo han cambiado, y actualmente existen nichos de oportunidad que nuestro país puede aprovechar y no necesariamente temer, por su capacidad de consumo y de producción.
En el momento presente, es preciso que el gobierno actual, y el que sigue después de 2018, avancen a la renegociación del TLC en un marco de distención y confianza. Bien mirado el panorama de los próximos meses y años, a México le conviene un dólar caro, porque necesariamente los consumidores en nuestro país optarán por los productos nacionales, y esas acciones fortalecerán a la industria doméstica; además, es esencial que el salario recupere su poder adquisitivo para generar, entre otros aspectos positivos, sinergias entre la inversión pública y la privada, y de esta manera fortalecer auténticas y duraderas cadenas de valor.
La receta es sencilla: sustituir importaciones, es decir, elevar la producción nacional en cantidad y calidad, direccionar la inversión gubernamental al desarrollo de infraestructura e impulsar proyectos de financiación pública y privada de clara vocación a la empleabilidad nacional; la inminente depreciación del peso puede ser aprovechada como incentivo para el despegue de la industria nacional, para consolidar el mercado interno y para suscribir acuerdos comerciales con otros países desde la fortaleza de nuestra propia economía. En resumen, México requiere trabajo político para facilitar la competitividad, haciendo que nuestra riqueza en verdad sirva para los mexicanos.