Este domingo la reportera Amy Gardner publicó en The Washington Post una nota que consigna la llamada de aproximadamente una hora entre el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el secretario de estado de Georgia, el también republicano Brad Raffensperger. En resumen, el presidente le pidió que le ayudara a “conseguir” 11 mil 780 votos con los cuales podría revertir su derrota en ese estado en la elección presidencial del pasado noviembre.
Joe Biden ya es el presidente electo de Estados Unidos y juramentará el 20 de enero. Pero Trump insiste —y, al parecer, insistirá hasta el último día de su mandato — en que fue víctima de un fraude. Ya ha presentado controversias en las cortes de seis estados y ha perdido 50 de ellas, incluida una en la Corte Suprema. Otros políticos republicanos y medios de comunicación aliados insisten en propagar sus mentiras y teorías de la conspiración, e incluso 11 senadores quieren objetar su derrota, pero la realidad es que perdió.
La llamada es solo la última muestra de que Trump y ciertos aliados en su partido harán todo lo posible por sabotear aún más la política interna antes de que deje el poder. Parece no haber límites para lo que están dispuestos a hacer para no aceptar su derrota, y eso sin duda está socavando a la democracia estadunidense, la más antigua del mundo, y lo que esta representa.
En el audio, Trump insiste en señalar que ganó la elección en Georgia por “cientos de miles de votos”, desarrolla algunas teorías conspirativas, trata de halagar a Raffensperger, le suplica que lo ayude y, al final, lo amenaza con posibles cargos criminales. Nada de eso le sirve: Raffensperger y otro funcionario, una y otra vez, insisten en que Biden ganó en Georgia de forma justa y precisa.
Intentar revertir su derrota en Georgia —un estado que no había votado por un demócrata desde 1992— es importante para Trump porque hoy, 5 de enero, los republicanos se juegan ahí su futuro durante los próximos cuatro años. En el estado se realizará la segunda vuelta de las elecciones para elegir dos puestos en el Senado. Aunque los demócratas lograron mantener la mayoría en la Cámara de Representantes en las elecciones, no lograron alcanzarla en el Senado, en donde se aprueban leyes y se realizan nombramientos de funcionarios.
Actualmente, los republicanos ya tienen ganados 50 escaños en el Senado por 48 de los demócratas. Si los demócratas lograran ganar los dos puestos de Georgia, estarían empatados y sería la vicepresidenta electa, Kamala Harris, quien tendría la posibilidad de romper el desempate. Con ello, el presidente Biden tendría un Congreso a modo en estos primeros cuatro años de mandato. Por eso Trump insiste con sus mentiras.
Sin embargo, como ya lo han señalado incluso medios conservadores y que apoyaron a Trump como el New York Post, estos esfuerzos de Trump por conseguir una victoria inexistente ya rozan límites no vistos antes en ese país: “Señor presidente... Detenga la locura. Ha perdido la elección”, señaló el tabloide en su portada hace unos días.
Los señalamientos de Trump sobre los distintos fraudes cometidos en la elección han sido desmentidos decenas de veces no solo por las autoridades encargadas de vigilar las elecciones y contar los votos, sino por medios de comunicación y analistas independientes.
Pero estos alegatos, que sus seguidores reproducen y señalan en los carteles que llevan a las protestas, seguramente continuarán después de que Biden tome el poder. En estas últimas semanas de Trump en la Casa Blanca será necesario que las instituciones —y los ciudadanos— del país vecino controlen sus ansias de poder y logren moderar la conversación pública, porque queda claro que él insistirá de todas las formas posibles en socavar la credibilidad en el sistema electoral y político. Y eso es algo que ni Estados Unidos ni el mundo pueden permitirse.
* Editor de Post Opinión, la sección de opinión en español de The Washington Post.
@maelvallejo