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COVID-19: El trauma debajo del tapete

Ciudad de México /

Esta semana se cumplieron cinco años de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró al COVID-19 como una pandemia. Es un mundo de tiempo y, a la vez, un grano de arena. En ese lapso los científicos han entendido mejor los efectos de la enfermedad en el cuerpo, lo que no ha quedado tan claro es qué tanto nos ha afectado como sociedad y como personas. En nuestra psique. Hay un trauma colectivo que no ha sanado, aunque la vida ya siga con normalidad, y que quizá hemos decidido meter debajo del tapete para ya no tener que hablar de él.

La nota “Una imagen más clara de los efectos duraderos del COVID”, del New York Times, señala: “Según algunas estimaciones, 400 millones de personas en todo el mundo han sido diagnosticadas con alguna forma de COVID prolongado. Sin embargo, también puede provocar otros problemas, como daños pulmonares y cardíacos, y cambios en el microbioma intestinal, que no siempre se reconocen como COVID prolongado pero que pueden tener un efecto duradero en nuestra salud”.

Agrega este dato preocupante: “Los estudios han revelado que aproximadamente entre 20% y 30% de las personas infectadas experimentaron niebla cerebral al menos tres meses después de la infección inicial. Las investigaciones también demuestran que puede provocar trastornos como ansiedad o depresión, o agravar problemas de salud mental ya existentes”.

La pandemia vino a sacar del closet la enorme crisis de salud mental que ya padecía el mundo y que solo se acrecentó con el confinamiento, el duelo por las millones de muertes, la soledad y el miedo. Durante el tiempo de la pandemia –y algunos meses después– el mundo buscó priorizar la salud física y mental, se habló a nivel social y empresarial de la necesidad de balancear la vida personal y la laboral, del entendimiento de que la vida es muy corta y lo importante va más allá del trabajo y el éxito material. Se pensó, escribió y dialogó mucho de cómo sería el mundo después de que acabara la eterna cuarentena, de cómo los aprendizajes no deberían ser olvidados, de que era la oportunidad de crear un mundo mejor. Hoy esa dinámica está rota.

Lo está no solo a nivel geopolítico y social, con el crecimiento de gobiernos y ciudadanos de extrema derecha, antiderechos y anticiencia, negacionistas del cambio climático y antivacunas, sino también a otros niveles. Por ejemplo, la discusión inicial de una jornada global laboral de cuatro días terminó en la decisión hace no mucho de las grandes empresas de eliminar el home office y los esquemas híbridos, y el regreso obligatorio a las oficinas. La promesa de los gobiernos de invertir más dinero en promover la salud mental también quedó en el olvido. La gente tuvo que buscar sus propias salidas y curas, lo que acabó en un crecimiento del coaching, sanaciones mágicas-chamánicas (como el uso indiscriminado de hongos y plantas alucinógenas) y otras terapias new-age. Y aún faltan por ver los efectos del aislamiento y la ansiedad en los niños que no pudieron ir a la escuela y socializar, que se harán presentes en los siguientes años.

Esa crisis de salud mental que desató la pandemia permanece intacta. Estudios del Foro Económico Mundial publicados este año estiman que una de cada dos personas en el mundo desarrollará un trastorno a lo largo de su vida. Según la OMS, los trastornos mentales “contribuyen de forma sustancial ” a las causas de muerte y “solo la depresión representa la principal causa de discapacidad en el mundo”.

El mundo no puede detenerse tras la pandemia pero, a cinco años del mayor trauma social a nivel global en décadas, sería bueno intentar no meterlo bajo el tapete y repasar los aprendizajes que dijimos que no olvidaríamos. Si no lo hacemos, en algún momento el monstruo saldrá de debajo, solo que más grande y fuerte.


  • Mael Vallejo
  • Periodista. VP de Contenido de Capital Digital. Coordinador del libro 'Colapso México'. / Escribe cada 15 días (viernes) su columna Continente.
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