Donald Trump y su gabinete llevan días intentando contener el mayor escándalo de sus poco más de dos meses al frente del gobierno estadunidense. No lo están logrando. En resumen: el secretario de Estado, Marco Rubio; el de Defensa, Pete Hegseth; el director de la CIA, John Ratcliffe; y la directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, entre otros, abrieron un grupo en la app de mensajería Signal para discutir detalles muy precisos de una operación militar en Yemen. Y agregaron al chat, por error, al periodista Jeffrey Goldberg, director de la revista The Atlantic.
Después de que el periodista corroborara que el grupo y los datos eran reales, publicó la nota, la cual muestra un serio problema de seguridad nacional, y provocó un escándalo enorme bautizado #SignalGate. De acuerdo con Axios, “fue la noticia más leída en el mundo entre todos los artículos en inglés según NewsWhip, que mide la participación en las redes sociales a través de Facebook y X”.
La respuesta de Trump, su gabinete y sus medios aliados ha sido la de siempre: Trump ha dicho que Goldberg es un “perdedor” y un “canalla”, Hegseth que es un “desacreditado supuesto periodista que ha hecho una carrera con la venta de noticias falsas” y otros altos funcionarios lo han llamado mentiroso y “escoria”. Sus medios aliados le han dado vuelo al escarmiento y alentado ese tipo de declaraciones. Esa estrategia de llamar “noticias falsas” y “mentiras” a todo lo que publican los medios no alineados al poder, de insultar y desacreditar a los periodistas, y acusar que todo es un ataque o una cacería de brujas orquestada por sus adversarios, les ha funcionado muchas veces antes frente a otros escándalos –al igual que a otros gobernantes de la región–, pero esta vez no.
Por supuesto, hay seguidores fieles que insisten en creer su propaganda, pero según una encuesta de YouGov, tres de cada cuatro estadunidenses —incluido 60 por ciento de los republicanos— consideran que el #SignalGate representa un problema grave para este gobierno. Pese a seguir el libreto de siempre, el error en un tema de seguridad nacional ya está haciendo estragos en la imagen de Trump y su equipo, que no ha logrado quitarse el tema de encima ni ha hecho responsable a nadie.
Hasta ahora, nadie ha explicado cómo —ni por qué— estos altos mandos utilizaron, o siguen utilizando, una app pública como Signal para hablar de una operación armada, cuando el gobierno estadunidense invierte millones de dólares en redes encriptadas y clasificadas para proteger su información.
Este no es un caso aislado. La estrategia de comunicación de varios gobiernos en la región consiste en no admitir errores, por flagrantes que sean, ni reconocer la necesidad de corregir el rumbo. También en evitar castigos a los responsables y sentar el precedente de que las fallas pueden repetirse sin consecuencias. El resultado: un ciclo de impunidad que se perpetúa.
Como señala una columna en The Economist: “Un presidente más prudente admitiría que esto fue un lapsus y agradecería la oportunidad de evitar un error más devastador después”. Ese no es (ni será) el caso de Trump, pero esta vez la realidad ha logrado doblegar a la propaganda y eso siempre es una buena noticia.