México vive una crisis política inédita. La del choque brutal, a gran velocidad, entre la realidad y la promesa de cambio, porque desde sus orígenes era falso y hoy se vive el paso del fraude electoral al fraude programático. Es una crisis de la gran promesa, porque cuanto más se acerca, se aleja más.
Son los tiempos del beneficio de la duda, la lucha entre lo razonable y la incertidumbre, pero que va dejando de serlo cuando los vencidos festejan su derrota como victoria.
La llamada “mafia del poder” (que hoy ya ni es mencionada), que durante 30 años, desde su sempiterna ceguera y conservadurismo, no solo optó por la restauración del viejo régimen, sino que se apoderó de la oposición y la alternancia. La descomposición de su poder en 2006 y 2012 la llevó a la estrategia de hoy: el poder es nuestro, independientemente de que el “peligro para México” gobierne.
En semanas, todos los organismos y personajes señalados como la “mafia del poder”, ahora son parte del cambio verdadero y la IV República. Los beneficiarios de las privatizaciones, los que ganaron con el Fobaproa y las crisis, lo más corrupto del PRI, los vinculados al narcotráfico y la violencia, la ultraderecha decimonónica del PAN, el viejo corporativismo sindical, todos invirtieron en el cambio verdadero para continuar con el mismo modelo que les ha hecho ganar y mantenerse en el poder. Genial: hoy van a hacer todo lo que no pudieron hacer con el PRI y con el PAN.
Para su suerte, Estados Unidos optó por el nacionalismo de supremacía blanca, muros y la llegada al poder de los especuladores y negociantes, cuyo discurso ha tenido amplia simpatía entre la “mafia del poder”, que hoy es parte del núcleo más influyente del lopezobradorismo: las simpatías expresadas entre Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador son reales, para bien o para mal.
El escenario para la “mafia del poder” es inmejorable, pues hoy su mediocre y decadente modelo de hace 30 años tiene el respaldo de 30 millones y una mayoría absoluta en el Congreso que no tuvieron Zedillo, Fox, Calderón ni Peña Nieto, solo Salinas.
¿Cómo fue que se pasó del fraude electoral al programático? ¿Dónde quedarán las aspiraciones de los votantes? ¿De qué tamaño será la frustración nacional? En defensa se dice que no se pueden pedir definiciones a López Obrador, si aún no es presidente formal. El fanatismo no deja ver que todas las declaraciones, anuncios y mensajes sobre planes y programas futuros son contra las promesas de campaña, son para más neoliberalismo, más clientelismo y militarismo; es la entrega cínica del triunfo electoral a la “mafia del poder” y sus operadores.
En este vacío, los representantes de la “mafia del poder” ya huyeron y dejaron el barco a la deriva y hoy están no solo sumados, sino que se han apoderado del timón del lopezobradorismo.
Si existiera congruencia en el lopezobradorismo ya se hubiesen anunciado medidas y reformas, que obligarían hasta los más críticos y escépticos a estar en la calle respaldando decisiones correspondientes al voto del 1 de julio. Pero no hay tal —por el contrario—, estamos ante la posibilidad de una salida autoritaria general.
Esto no es el punto de llegada, sino de partida. Esto no es el paraíso ofrecido, sino el infierno de la tragedia y la comedia, donde la “mafia del poder” ha demostrado que no es tonta y puede ganarle al pueblo, desorganizado y confundido.
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@MarcoRascon