Después del costoso viaje de miembros del Ejército Mexicano en buques de la Marina a Panamá, nada se ha sabido del resultado de la excursión para traer los restos del guerrillero mexicano y tamaulipeco, Catarino Garza.
Este matamorense combatió no solo a Porfirio Díaz y su dictadura desde el último decenio del siglo XIX, sino que también fue activo combatiente contra los temibles rangers de Texas, que hostilizaban a los mexicanos que quedaron del “otro lado” de la frontera cuando se firmó el Plan de Guadalupe con los Estados Unidos, que consistió en la terrible cesión de enorme territorio como “indemnización de guerra”, al perder México esa lucha provocada, pretexto para quedarse alevosamente con casi la mitad del territorio nacional.
Catarino fue un combatiente transnacional, dado que encabezó luchas en Centroamérica y en Colombia contra dictadores que asolaban sus respectivos países.
El presidente López Obrador que se interesó en el personaje y dejó un texto para ensalzarlo, tuvo la idea de buscar los restos de Catarino en Panamá, en donde murió en combate en un intento de asalto en una isla antillana llamada Bocas del Toro, pero no recibió sepultura cierta, sino que sus restos y los de otros fallidos combatientes fueron arrojados a un pozo, difícil de ubicar después de más de 100 años del suceso.
La muerte del mexicano ocurrió en marzo de 1885.
Presumiendo la localización, ¿cómo identificar entre tantos restos óseos, si es que todavía existen? Para el propósito cualquier resto humano sería suficiente; ha sido el caso de varios personajes de la Historia… Al fin, se trata de un simbolismo.
Lo importante para el Ejecutivo fue “salirse con su ocurrencia” y distraer… ¿a qué costo final? ¿Qué opinan los excluidos historiadores e investigadores forenses?
Y la misión de las Fuerzas Armadas, ¿no quedó en entredicho por su incompetencia?
A fin de cuentas, cualquier resto humano es válido para rendir un homenaje, porque es a la figura, a la memoria del héroe, no a sus restos.