Emigrantes, inmigrantes, transmigrantes o la pérdida del núcleo

  • Columna de María Doris Hernández Ochoa
  • María Doris Hernández Ochoa

tampico /

El tema predominante en los medios es relatar la situación por la que están pasando las personas que llegaron de sus respectivos países, a trabajar y quizá a quedarse a vivir en los Estados Unidos; lo anterior es parte de la movilidad cada vez mayor de la sociedad que busca por interés personal o familiar, un lugar más acorde a la satisfacción de sus necesidades básicas o culturales, o bien, en busca de seguridad.

En estos casos, cada país establece los requisitos, algunos flexibles en cuanto se refiere a refugiados o a perseguidos por razones políticas; pero fuera de estas excepciones, ponen mano firme para evitar que la sociedad se vuelva caótica, insegura o amenazante al statu quo nacional.

Cuando crece la masa de inmigrantes sin control por ciertos grados de ilegalidad, es cuando el conflicto, que ya existía, aflora ante la aplicación de medidas restrictivas cada vez más enérgicas que terminan en la expulsión, creándose un problema social de alcances no previstos por el país de origen.

Es el caso de México. Los sucesivos gobiernos desde la época posrevolucionaria, se sintieron aliviados por la emigración que representaba menos personas que educar, medicar, atender en alimentación, servicios, casa, subsidios… y con el tiempo, agradecidos por la inyección de dinero desde el exterior a través de remesas para quienes se quedaron, llegando a constituir uno de los primeros generadores de divisas.

Las deportaciones masivas de mexicanos ha tomado totalmente desprevenido al gobierno al grado de que carece de recursos para apoyarles en primera instancia, y enseguida, que no tiene capacidad para crear empleos para los que regresan.

Cada mexicano que ha salido en busca de un trabajo que en su país no encuentra, es una señal inequívoca del fracaso de los gobiernos que no han sabido aprovechar su capital humano ni los inmensos recursos con que cuenta el país. Ha habido más política que administración, contradiciendo el famoso apotegma de don Porfirio Díaz.

Las miles o millones de personas que emigran de sus respectivos países, muestran la disolución del núcleo familiar que es en sí una tragedia. El núcleo de la sociedad es la familia y su permanente unidad a través del tiempo, pero cuando se interpone el espacio que crece entre sí, entonces ya no es posible hablar de una familia modelo, sino de su remedo cuyos efectos sufren los pequeños que la forman originalmente, causa de conductas desviadas o delictivas .

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