Este ilustre varón franciscano era muy santo y muy humilde. Por su virtud y sabiduría los religiosos de su provincia deseaban nombrado prelado, pero él huía de las honras mundanas.
Por esta razón se alejaba de los poblados hacia las tierras más ásperas para plantar en ellas la fe de Cristo, según nos relata fray Gerónimo de Mendieta.
Un fraile agustino que lo trató por 30 años, dice que los indios le confesaron que un Jueves Santo fueron a su ermita con intento de matarlo y arrojaron flechas encendidas al techo de paja para que saliese, pero que el fuego no prendió en la choza, por lo que huyeron atemorizados.
Los mismos indios dijeron al gobernador Alonso Ortiz de Zúñiga que muchas veces le tiraron flechas, pero que estas se volvían contra ellos.
Por los grandes trabajos que sufría al evangelizar a los indios, traía el cuerpo comido de insectos y mosquitos, y su rostro parecía de leproso llagado.
Cuando lo instaban a descansar al convento de México, respondía con su dicho común: “Hermanos, la Cruz adelante”.
Los chichimecas, a quienes había convertido, hicieron un alzamiento, motivando que por ese viaje se le agravara un apostema o tumor que, a la postre, le costó la vida.
Sin embargo, fue a las serranías de tierra adentro a predicarles y pacificarlos. Fue tal su influencia que, después de su muerte, viendo a cualquier franciscano, dejando el arco y flechas, venían de rodillas diciendo: “Andrés, Andrés”.
De Tamaholipa vino a Tampico (Pueblo Viejo), pueblo de españoles, y el apostema se le reventó.
Viendo que su hora se acercaba, llamó a la gente de la casa donde estaba, y les repartió sus bienes que eran: un rosario, una disciplina y un cilicio, y dándoles la bendición, comenzó a rezar el Credo; y acabando, dio su alma al Señor.
Murió el santo varón en Tampico (Pueblo Viejo) el 8 de octubre de 1571, a la edad de 80 años, habiendo predicado aquí por 43 años, sin querer regresar a España.
Prefirió morir entre los indios, a quienes tanto había amado y servido.
Sus restos, según un documento de fray Ignacio Saldaña de 1762, descansan en la iglesia de Tampico el Alto, a donde fueron trasladados después de su fundación de 1754.