Cuenta D. Luis González Obregón, en “Las Calles de México” (1947), que durante el S. XVII, laboraba un humilde escribiente en la Secretaría de Cámara del Virreinato de
la Nueva España, llamado Bonifacio Tirado de la Calle, cuyo sueldo apenas le alcanzaba para vivir en una casa de vecindad, con su esposa y 12 hijos.
Día tras día escribía a mano pliego tras pliego, lleno de cansancio, hasta que un día se le ocurrió la idea de tomar un pedazo de papel y garabatear unas palabras.
Tomó el pliego de papel y lo entregó al secretario de Su Excelencia.
Una tarde se dirigió a la calle donde solía pasear por las tardes el virrey, en la esquina del Portal de Plateros y Mercaderes.
El virrey, montado en su magnífico caballo, al llegar a la esquina del Portal, tiró de las riendas de su corcel, el que se detuvo levantando la cabeza. Don Bonifacio se estremeció. Entonces el virrey, con amable sonrisa, saludó a nuestro hombre y sacando una cajita de oro, le ofreció una bolsita de rapé (tabaco molido), diciendo: “¿Gusta usted, Tirado de la Calle?”
Don Bonifacio lo aceptó con actitud digna, llevándoselo a la nariz, que protestó con un sonoro estornudo. El virrey esbozó una sonrisa, saludó con la mano y continuó su paseo.
Esta escena se repitió durante muchas tardes, para sorpresa de los circunstantes, que cada tarde se reunían a fin de conocer al favorecido. Sobra decir que su posición cambió a partir de ese momento.
Por toda la ciudad circuló el rumor de que Tirado de la Calle gozaba de gran influencia ante el virrey.
La gente empezó a acudir a su casa a ofrecerle ricos obsequios y a pedir su intercesión ante el gobernante.
El escribano contestaba con fingida humildad diciendo que no valían de nada sus recomendaciones, aunque todos lo consideraban un “tapado”, que tenía influencia en la máxima autoridad.
Su fama llegó a oídos del virrey, quien lo llamó a Palacio y le dijo: “He comprendido todo y merece usted un premio por su ingenio”.
Se cuenta que don Bonifacio aseguró el porvenir de su familia, labrando una fortuna con los polvos del virrey.
Por eso se dice aún en esta época: “No importa cuánto tengas, sino a quién conoces”.