Lo más memorable del debate del domingo pasado fue la vehemencia con la cual Xóchitl Gálvez intentó posicionarse como una candidata capaz de disputar el triunfo a Claudia Sheimbaum, quien se mantiene como puntera en prácticamente todas las encuestas.
Ya se ha dicho con anterioridad que los ejercicios demoscópicos reflejan solo momentos específicos de la contienda, como una fotografía, o una radiografía, si se quiere ver así. Si así fuera, podría apreciarse claramente que la marcha matutina dominical otorgó una dosis de cuerpo y consistencia a la campaña de PAN, PRD y PRI, como no se había visto aún.
¿Con qué números bajo el brazo habría llegado Xóchitl a estas alturas de la contienda, si esa contundencia le hubiera cuajado en las primeras concentraciones, como la del Monumento a la Revolución? Sin duda su posición sería más robusta y cómoda.
Pero ya que en la política como en el beisbol, esto no se acaba hasta que se acaba, en semana y media sabremos si el “momentum” final le fue suficiente para dar batalla reñida al llamado “segundo piso” del régimen morenista.
Conforme se aproxime la cita con las urnas, es comprensible que el tono y dinamismo de la reyerta verbal se vaya focalizando en críticas y acusaciones efectistas, como pudimos constatar en el encuentro organizado por el INE.
Lamentablemente, nuestra cultura democrática como país está lejos, muy lejos, de lograr que las campañas políticas sean verdaderos ejercicios de contraste de propuestas de una visión de nación con cara al futuro.
Lo que vimos el domingo fue la segunda parte de una “tiradera” cuyo propósito era achacar errores al contrincante y hacerle quedar mal.
Para tal fin, daba lo mismo verdades a medias o mentiras completas, total, la apuesta es detonar en el elector las emociones suficientes que lo movilicen a las urnas el domingo dos de junio.
Ojalá las propuestas y la civilidad sean la tónica constante, más allá de la estridencia desesperada de quien busca mantener la ventaja o, en su caso, tan solo acortarla.