A dos años del inicio de la pandemia en México, urge mantener a los estudiantes en las aulas y recuperar los aprendizajes que no se lograron por el cierre de escuelas.
No podemos permitir que el rezago educativo marque a una generación y genere pérdidas para todos. Sería una tragedia. Y es que, en América Latina y el Caribe las pérdidas en aprendizajes, capital humano y productividad podrían traducirse en una potencial baja de ganancias agregadas de hasta 2.1 billones de dólares.
El retorno a las aulas fue promovido por el gobierno mexicano, pero algunos padres y estudiantes siguen temerosos. Muchos no volverán porque tienen que trabajar o quedarse en casa cuidando a sus hermanos. Es el momento de que autoridades, personal académico, madres, padres y organizaciones hagan lo necesario para que los estudiantes vuelvan y se queden en la escuela de forma responsable, segura y ordenada. La prioridad es asegurar los aprendizajes.
Antes del covid-19 ya había deficiencias en el aprendizaje en México: pese a los altos niveles de escolarización, niños y niñas no estaban aprendiendo lo esperado, especialmente los estudiantes de grupos más vulnerables. Según el Índice de Pobreza de Aprendizaje, publicado por el Banco Mundial en 2019, cuatro de cada 10 niñas y niños de 10 años no pueden leer y comprender un texto corto apropiado para su edad. Por género, el porcentaje asciende a 46.4 por ciento para niños, y 39.7 por ciento para niñas.
El desempeño en todas las disciplinas de los estudiantes mexicanos de tercer y sexto grados disminuyó entre 2013 y 2019, según el Estudio Regional Comparativo y Explicativo de la Unesco (ERCE 2019). Los alumnos de etnias o pueblos indígenas tuvieron rendimientos significativamente menores que los que no lo son. Asimismo, los estudiantes que carecen de educación preescolar y los que no contaron con el involucramiento de sus padres tuvieron los desempeños más bajos.
Ahora sumemos el impacto del cierre de escuelas. Estudios en Brasil, Sudáfrica, India y Países Bajos sugieren que hubo poco o ningún aprendizaje durante la cuarentena.
Simulaciones hechas por el Banco Mundial con datos de la Unesco sobre el cierre de escuelas hasta agosto de 2021 estiman que los años de escolaridad ajustada por aprendizaje pueden haber disminuido de 8.8 años a 7.3.
Por si fuera poco, la pandemia aumentó el abandono escolar. Según la Encuesta para la medición del impacto covid-19 en la educación del Inegi, de las 33.6 millones de personas entre tres y 29 años inscritas en el ciclo escolar 2019-2020, 5.2 millones no se inscribieron en el siguiente ciclo y 738 mil 400 no lo concluyeron. Datos del Sistema Educativo Nacional indican que la mayor tasa de abandono ocurre en el primer año de educación media superior.
El cierre de escuelas también impactó el bienestar socioemocional de los estudiantes. Datos disponibles revelan que la pandemia afectó casi todas las dimensiones de las rutinas saludables de la crianza en todos los estratos sociales, pero principalmente en los más vulnerables. En algunos hogares aumentó la violencia, el consumo de televisión no educativa y el estrés.
Es hora de actuar para recuperar lo perdido, protegiendo la inversión pública en educación y trabajando estrategias en dos frentes: la escolarización y los aprendizajes.
Primero, urge garantizar el retorno a espacios seguros, monitorear individualmente la asistencia de los estudiantes, detectar riesgos de abandono y trabajar con los padres para que no se dé. Hay que apoyar integralmente a los estudiantes, priorizando su salud y desarrollo socioemocional, y preservar el bienestar de los docentes. Es importante fortalecer los programas que involucran a los padres en la educación.
Segundo, hay que acelerar los aprendizajes con programas inclusivos, focalizados y basados en la evidencia. La prioridad es comprender el tamaño del desafío con el mayor detalle posible, ya que la pandemia afectó a todos los niños de forma diferente, incluso dentro de la misma aula. Para esto sirve la realización de pruebas de aprendizaje que den información al nivel del aula, de la escuela y del sistema educativo nacional, como lo hacen en Brasil, Chile y en Guanajuato, México. Sobre esta base, hay que apoyar a docentes para la priorización curricular, el desarrollo socioemocional y el aprendizaje remoto. El apoyo debe iniciarse desde el desarrollo infantil, que sirva de base sólida para los aprendizajes esperados durante
la educación básica.
No hay tiempo que perder. Hay que empezar a hacer la tarea ya para que las generaciones de estudiantes afectados por la pandemia aprueben su paso a un futuro mejor. _
Mark R. Thomas*
*Director del banco mundial para México, Colombia y Venezuela