Banda de Moebius

Ciudad de México /

El diseño antropófago de la política mexicana llegó a su límite. Era previsible que las reglas producto de la desconfianza válida algún día traerían consecuencias fatales. Nos ocupamos de remedarlas y no de hacer Estado. La definición de la composición del Congreso no obedecerá simplemente a la diferencia de interpretaciones o literalidades constitucionales, sino a la costumbre de ver las leyes como instrumentos suficientemente dúctiles para permitir algo parecido a su aplicación por encima de ellas y su objetivo.

Gracias a la resistencia nacional para jerarquizar aspectos, condiciones o daños, el oficialismo consiguió plantear la reforma judicial como si fuese una modificación regular a las posibilidades éticas de una administración. Restó importancia y ha mentido al descalificar las advertencias y consensos de la razón sobre sus efectos: un cambio de régimen donde la división de poderes y equilibrios institucionales quedan diluidos.

Ni un solo esbozo de argumento ha podido sustentar que la elección popular de jueces resuelva los problemas en el sistema de justicia y no alimente su deterioro.

La negación a las preocupaciones de parte de la sociedad retrata la limitación democrática de un movimiento dependiente de institucionalizar la división. Durante seis años, Palacio mostró su nula intención de gobernar para el país entero. Contagió el espíritu de esa división por encima de actores políticos hasta hacerla norma de convivencia.

Un presidente que afirma que la protesta de un grupo amplio de trabajadores no le importará a la población es condescendiente con los ciudadanos. La Presidenta entrante replica esa soberbia de quien se asume capaz de definir la pertenencia de esos todos que seremos sus gobernados.

La tradición del respeto a la mexicana hacia el opositor, al afectado por políticas públicas, exhibió una vez más la cobarde indiferencia ante el pensamiento contrario.

En el debate sobre la reforma judicial, el conjunto de la sociedad terminó de perder a los partidos políticos. A pesar de ellos, al margen de sobrerrepresentaciones y jueces electos, esa misma sociedad tendrá que preguntarse, eventualmente, qué país quiere ser. Si es que queremos salir de nuestra trampa.


  • Maruan Soto Antaki
  • Escritor mexicano. Autor de novelas y ensayos. Ha vivido en Nicaragua, España, Libia, Siria y México. Colabora con distintos medios mexicanos e internacionales donde trata temas relacionados con Medio Oriente, cultura, política, filosofía y religión.
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