La trágica singularidad del modelo mexicano otorga suficientes preocupaciones como para buscar equivalencias a las aspiraciones del oficialismo, ya sea entre las autocracias regionales o en los fracasos políticos donde éste encuentra afinidades.
Es evidente que a Palacio le gusta la épica cubana, sin importar sus desastres; al no entender cómo actuar frente a la dictadura nicaragüense, ratifica los acuerdos entre sus militares con los nuestros; le entusiasma el experimento boliviano hacia la Corte y desprecia la enseñanza republicana de separar la justicia del poder político; se imagina en la permanencia conceptual de un peronismo que asume de una homogeneidad inexistente, pero reflejar a su proyecto en el espejo de uno de los anteriores me sigue pareciendo un innecesario juego de psicoanálisis político. Intento por descifrar en otros los subtextos de cada declaración o escrito. Su única transparencia está en el regreso a las relaciones de fuerza.
La amalgama en su interpretación es suficiente para nombrar un modelo mexicano capaz de guardar malos presentes y pronósticos.
Hace parecer viable una economía que abraza el instante, se defiende con él y sus espejismos sin detenerse en costos futuros. Escapa momentáneamente de los negativos que va construyendo. Niega que estos se encuentran en las cifras de una violencia hecha ambiente nacional. Si en este país se mata sin remordimiento, en la casa presidencial se ve asesinar sin problemas de conciencia. Ahí se percibe paz, tranquilidad y gobernabilidad. Como no eran tantos los miles de desplazados internos son menos los aspirantes asesinados en este periodo electoral. Lógica boba de los paraguas ideológicos que actúan como atadura e impiden ver. Solo que en su ceguera no se dan cuenta de que tampoco hay ideología.
El nacional ya puede ser visto como referencia de un esquema donde la economía sobre la que convendría el escepticismo desplaza el rechazo a la ilegalidad instalada en las estructuras democráticas; cree que la democracia puede sostenerse en medio de la mentira; avala la injerencia de un ejército, mal empresario más que cívico, como un encanto por el punitivismo junto a la costumbre por la inseguridad y el miedo.