Los hechos políticos deben observarse también como elementos pedagógicos. Todo ejercicio de gobierno es uno formativo. Si ese ejercicio se conduce bajo parámetros democráticos, por ejemplo, refrenda su utilidad y hace escuela. Cuando transforma en costumbre el vulnerar las lógicas y límites de la verdad o del poder, su efecto pedagógico está en la adecuación de sus sociedades a lo que no debería de ser.
La designación de la titular de la Fiscalía y su proceso, no son únicamente una cooptación más del poder que se tenía. Es el reforzamiento de una mala lógica que se asume normal.
Hacia la justicia, la realidad política mexicana enseñó a considerarla un juego entre las líneas de quién tiene el poder y es capaz de ejercerlo a través de las amenazas.
La impunidad prácticamente absoluta nos formó en sus aulas y nadie con dos dedos de frente se atrevería a suponer a México como un país con Estado de derecho. Fórmula relegada a ser materia de quienes nos asomamos a la vida pública, pero sin estructuras prácticas.
El que las nociones de Estado de derecho caigan en el vacío, es efecto formativo del entendimiento mexicano de la justicia que el gobierno actual —los últimos siete años—, ha aprovechado como pocos.
Aquel engaño respetuoso con el que el adolescente le miente a sus padres es un sin sentido al transformar en aseveración positiva el rompimiento de los códigos mínimos de la convivencia política. Eso hicieron los partidos de oposición que avalaron la designación.
Seguros de tener la verdad absoluta, para Palacio y sus cercanías ya ni siquiera la relativización es necesaria. Prescinden de disfrazar o recurrir a la estulticia.
En su labor de pedagogía política, algunos ecos de Palacio siguen recurriendo a los resultados electorales para las validaciones menos elaboradas. Las urnas, que en democracia se abandonan una vez asumidos los cargos, aparentemente otorgan permiso para romper condiciones y aspiraciones de autonomía en la Fiscalía y para cada institución con necesidad similar.
Es la trampa de los gobiernos totalitarios. Cosa que se aprende si se sacan los libros de sus repisas y se intentan leer sin el fervor identitario que justifica lo que pronuncia la tribuna máxima.