No es la primera vez que el mundo observa locuras personales, con demasiado poder y facilidad para convertirse en delirios colectivos. El siglo XX fue nuestra gran escuela. Trump, con Netanyahu al lado en la Casa Blanca, se suscriben a la lógica de esas posturas tan peligrosas que es imposible ignorarlas. Aunque sean inviables tienen consecuencias.
Si el Greenlandway era en sí un sinsentido, en Medio Oriente lo es aún más; porque Gaza no es Groenlandia. Sus efectos son otros.
La bravata usada como estrategia de presión y exhibición de fuerza pide ciertos espacios de maniobra que el nuevo Washington no tiene: ni Arabia Saudita o los vecinos son México ni Canadá.
Unas cuantas horas bastaron. Todos aquellos de los que Trump necesita algún apoyo rechazaron, de nueva cuenta, el plan de expulsar a la población palestina de su territorio.
La disección del momento da pistas de sus destinos. Tras el acuerdo de cese al fuego entre Hamás e Israel, Netanyahu enfrentó tensiones entre sus cercanos y la renuncia de uno de sus ministros. Smotrich, encargado de Finanzas, no tardó en festejar lo dicho sobre Gaza. Ni siquiera es un plan.
La promesa de campaña de terminar con las guerras eternas está siendo bien vista por su base, pero su base no está en ellas. Es claro que Trump no entiende, como muchos, las razones de los países árabes para no facilitar el desplazamiento de la población gazatí. No es sólo el llamado abierto a la operación de limpieza étnica, sino la transgresión a los principios de identidad regional. Una que no tiene intenciones de participar en las remembranzas de los años cuarenta.
A la mañana siguiente del espectáculo, la Casa Blanca confirmó que no planea el envío de militares a la Franja ni tiene interés en financiar su reconstrucción. Irak y Afganistán están en el currículum y memoria colectiva de una sociedad que no ve con buenos ojos el envío de tropa a Medio Oriente.
Sin apoyo de vecinos aliados, sin soldados o fondos, quedan las consecuencias reales de lo frívolo: la fragilidad en la segunda parte del acuerdo de cese al fuego y el combustible para acciones de los extremismos.
Tenemos la necesidad de pensar el absurdo y ridículo en los márgenes de la seriedad.