Nosotros, electores

Ciudad de México /

Una democracia buscando ser funcional sólo lo será a partir del debate. Por eso es necesario defenderlo en la consciencia de sus limitaciones. Si bien la calidad de estos designará su utilidad, la mera figura es imprescindible para cualquier aspiración democrática. No necesitan otra razón. Muy pocos cambiarán los destinos políticos de un país. Su función es otra. Incluso los intercambios más rupestres muestran alternativas. Más importante, con todo y nuestra fascinación por el espectáculo y sus participantes, son un termómetro de las sociedades.

Es sintomático de la cultura política mexicana. Un evento retórico de baja calidad logra, al paso de los días, mantener mayor relevancia en la discusión pública que la aparición o no de los secuestrados restantes por el crimen en Sinaloa; la contaminación del agua en parte de la capital, su negación y las contradicciones oficiales; las protestas de la policía en Campeche con la humillación constante de su gobernadora y la destitución de un auditor de la Federación aparentemente incómodo para el relato presidencial.

La nuestra se comporta, cada vez más, como una sociedad prepolítica que aprendió a jugar con los instrumentos de la democracia para creerse parte de ella en una suerte de prestidigitación.

Adoptamos la enfermiza convención de estructuras que quieren regenerarlo todo o a los que se les pide hacerlo. La enseñanza, la seguridad, la ley o las instituciones. Cada sector afectado por la realidad se contiene en grupos diseminados, a menudo indiferentes a los demás. Las víctimas de la violencia, de la carencia de salud a la gravedad de beber lo turbio; de un sistema educativo rehén de cada elección, como bien escribió ayer Carlos Puig en estas páginas.

En todos los casos, las molestias se vuelcan en rebeldía momentánea. Una vez diluidos los enojos vuelve el teatro de apariencias.

Este sistema alimenta la existencia de regeneradores y salvadores que no buscan interlocución con ciudadanos fuera de su círculo, ni siquiera en un debate presidencial. El descontento puede no menguar. Se habita en él, sin traducirlo en rechazo a condiciones puntuales y temporales a un gobierno. Esa irresponsabilidad es nuestra, de los votantes.


  • Maruan Soto Antaki
  • Escritor mexicano. Autor de novelas y ensayos. Ha vivido en Nicaragua, España, Libia, Siria y México. Colabora con distintos medios mexicanos e internacionales donde trata temas relacionados con Medio Oriente, cultura, política, filosofía y religión.
Más opiniones
MÁS DEL AUTOR

LAS MÁS VISTAS

¿Ya tienes cuenta? Inicia sesión aquí.

Crea tu cuenta ¡GRATIS! para seguir leyendo

No te cuesta nada, únete al periodismo con carácter.

Hola, todavía no has validado tu correo electrónico

Para continuar leyendo da click en continuar.