En la década de los noventa, el nombre de Marcela Serrano (Santiago de Chile, 1951) comenzó a destacar en las listas de los libros más vendidos. Es evidente que su éxito se debió a que las mujeres se volvieron el centro de sus historias. Hija de padres escritores, ella creció con sus hermanas en el clan de las Serrano: Elena (abogada), Paula (psicóloga), Margarita (periodista), Sol (historiadora) y Marcela (narradora). Lo que vivió en Chile antes y después del exilio, los intereses en común con sus hermanas y sus diferencias, germinaron en varios de sus relatos. Así nacieron Nosotras que nos queremos tanto (1991), Para que no me olvides (1993), Antigua vida mía (novela policíaca, 1995) y El albergue de las mujeres tristes (1998), por mencionar algunos de sus libros.
La trayectoria de Serrano pudo seguir así, hablando de mujeres, escudriñando sus sentimientos, dándoles voz en un mundo machista que las acostumbró a que no podían decir lo que pensaban, menos abordar temas como la sexualidad y otros mitos, hasta que su hermana Margarita, la periodista, se enfermó de cáncer. Entonces la sólida complicidad de las cinco hermanas se fragmentó, y ya nada fue igual.
Este libro aborda, a manera de bitácora, cómo fue que el clan de las Serrano enfrentó la enfermedad de Margarita y, específicamente, cómo fue el duelo de Marcela Serrano tras la muerte de su hermana. Es un álbum de recuerdos, en donde el dolor convive a la par con momentos festivos y referencias literarias.
Leer a Serrano, después de la tragedia, es un interesante ejercicio narrativo y ensayístico. Crónica de un desasosiego o días narcotizados por los asiolíticos. Me viene a la mente William Styron en Esa visible oscuridad, una impresionante descripción de cómo sobrevivió a la depresión. El título de Styron está inspirado en un verso de Milton en Paraíso perdido: “Sin luz; más sólo la oscuridad visible”.
Tras la muerte de Margarita, la escritora adquirió un caballo que llamó Rucia. Ella sentía que Margarita, el equino y ella eran una unidad. Marcela Serrano hubiera querido terminar de escribir este manto o patchwork (conjunto de pedazos de tela para formar una colcha) cuando se cumplió un año del deceso de su hermana, pero en un paseo que dio con Rucia se cayó y se rompió ambas muñecas. El accidente la hizo cavilar más su prosa, contenerla y aguardar el tiempo necesario para ponerle punto final tanto al libro como a su duelo.