Trata: conciencia e indiferencia

Ciudad de México /

30 de julio, Día Mundial contra la Trata de Personas

Al parecer, los seres humanos somos esclavistas. Lo hemos sido en todos los tiempos y lugares. Durante la mayor parte de nuestra historia, hemos asumido como normal y legal la coexistencia de amos y esclavos: millones y millones de seres humanos han sido privados de su libertad o no la han conocido nunca a causa de guerra, deudas, herencia, capricho, abuso, compra, sometimiento.

Si en algún momento la esclavitud decayó en Occidente, no fue por conciencia ni por convicción de justicia, sino porque hubo circunstancias en las que era más práctico y económico tener trabajadores que esclavos.

Luego llegaron los tiempos de las libertades, de las aspiraciones de igualdad y fraternidad, y empezaron las aboliciones: en Portugal, en 1761 (antes y después, durante cinco siglos, retuvo y vendió a 11 millones de africanos como esclavos); en México, en pos de su independencia, en 1810; España en 1817, Inglaterra y Sudáfrica en 1833, Francia en 1848, Estados Unidos en 1863, Brasil en 1888, entre otras muchas fechas y países, en la mayoría de los cuales la esclavitud sobrevivió breve o largo tiempo más allá de su prohibición.

El último país en abolir la esclavitud fue Mauritania, en 1981, pero aún hoy 20 por ciento de la población vive en esa condición.

Sin embargo, ningún país puede señalar a Mauritania desde una supuesta superioridad legal o moral, porque hoy todos son escenario de trata personas, ya sea como país de origen, territorio de tránsito o punto de destino o, como lo es México, lugar de origen, tránsito y destino de víctimas de trata.

En teoría llevamos más de 200 años de conciencia: nadie puede esclavizar a otro, privarlo de su libertad, ni venderlo ni rentar su cuerpo o su fuerza de trabajo, ni aislarlo, ni trasladarlo, ni entregarlo, ni recibirlo con fines de esclavitud, ni someterlo a hambre o maltrato ni apropiarse de su vida y de su destino. Se supone que lo tenemos claro, que lo hemos prohibido y que no estamos dispuestos a tolerarlo. Y sin embargo sucede.

Hay al menos 40 millones de personas víctimas de formas contemporáneas de esclavitud (Walk Free Foundation, OIT y OIM), entre ellas, la trata de personas con fines de explotación sexual y explotación infantil, así como el matrimonio y el trabajo forzoso.

¿Y cómo puede suceder si somos sociedades modernas, civilizadas, conscientes y contamos con instituciones de justicia y derechos humanos, y además no paramos de difundir estudios, discursos y promesas sobre libertad, igualdad y respeto a los derechos de todos?

Tal vez lo que ocurra es que en realidad no nos duele. Está bien que las niñas y las mujeres de otras familias (por supuesto, no de la nuestra) sean despojadas de su derecho a elegir su destino y sean robadas o enganchadas por tratantes para explotarlas y obligarlas a prostituirse, al tiempo que las maltratan y les arrebatan la vida.

Tal vez en realidad no nos importe que millones de personas sean sometidas para realizar trabajo forzoso o a casarse por la fuerza, ni que otros tantos sean obligados a mendigar para sus captores, o que haya niños reclutados para la guerra o por el crimen organizado.

Quizá lo que pasa es que tenemos afición y gusto por cierta retórica libertaria, pero que, en el fondo, seguimos siendo esclavistas. 


Mauricio Farah

@farahg

*Secretario general de Servicios Administrativos del Senado y especialista en derechos humanos.


  • Mauricio Farah Gebara
  • Especialista en derechos humanos.
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