Es sábado muy temprano.
Las rutinas de la semana, casi patrones estampados de alguna religión, quedan atrás.
Hay que leer la columna Escolios de Armando González Torres.
Esto es, nutrirnos de buenos ánimos y de buenas lecturas.
Las mismas que se contienen en un espacio justo, ni más ni menos, pulcramente aprovechado por la tecla afinada del autor, y que a diferencia de las detallistas o totalizantes, académicas o frívolas reseñas de otros lugares, nos persuaden al descubrimiento de autores únicos y textos alegres.
Mucho que agradecerle pues al poeta y ensayista González Torres (Ciudad de México, 1964), alejado de los demasiados libros y del fin de todos los fines, quien ahora nos obsequia una reunión de los textos ya citados, Libros alegres, en el emergente sello editorial mexicano El tapiz del unicornio.
Libros alegres.
Alegres libros.
Insertos en la particularísima tradición descifradora del mismo autor, quien, otrora un joven consumidor de abismos, pesimismos ácidos y tóxicas contraculturas, se fue decantando en el tiempo al momento de identificar paradigmas de sensibilidad y oficio para elaborar las emociones más reacias a plasmarse.
Tales como la alegría y la esperanza.
Que vaya falta que hacen (sábados y demás días de la semana).
¿Autores (tónicos)?
¿Libros?
Diversidad que sorprende (el canon de González Torres).
Roberto Calasso, George Steiner, Lucia Berlin, Iris Murdoch, Jules Renard, Robert Nozik, C. S. Lewis, Samuel Johnson, Henri Michaux y un mediano etcétera que incluye a la misma Irene Vallejo, recientemente célebre junto a su libro El infinito en un junco y, por supuestísimo, a Montaigne, “maestro de vida”, de acuerdo con nuestro autor.
En “Del propio culo” (p. 47-49), González Torres ofrece una estampa ejemplar acerca de la vida y obra del “creador del nuevo género” a partir de una novedad editorial, Cómo vivir una vida con Montaigne, de la escritora inglesa Sara Bakewell.
Libro que aunque “quizá no descubre, para los adeptos de Montaigne, muchas cosas nuevas, (lo) reafirman como cómplice de lo imperfecto y transitorio, es decir, como cómplice de lo humano”.
Y con ello, me atrevo a asegurar, al ojo, la mente y el alma lectora del propio autor de Libros alegres (“Tengo como ensayo de cabecera para días aciagos, “De la tristeza”, de Montaigne, inicia el texto referido).
Más adelante, en certeras líneas, abunda:
“Según Montaigne, para escapar de la angustia de la muerte y aprender a vivir es importante mantener el interés y la sorpresa, poner atención al mundo y dejarse inocular por sus extravagancias y maravillas más menudas, divertidas y agradecibles. Montaigne ahonda en la ambivalencia de sus sentimientos y aspiraciones, se inspira en los grandes maestros de la antigüedad para seguir una regla de vida, pero admite sus fracasos y entiende que, al lado de anhelo de la virtud, se instalan la falta, la mezquindad, la debilidad y la mengua”.
“Por eso, como sugiere Montaigne, ningún éxito pasajero debe hacer olvidar la volubilidad de la fortuna, ni atrofiar los sentidos humanos más importantes, el del humor y el de las proporciones: «…no tiene caso que nos subamos en unos zancos, porque aunque llevemos zancos tenemos que andar sobre nuestras propias piernas. Y hasta en el trono más elevado del mundo nos tenemos que sentar sobre nuestro propio culo».”
Del tal tino, delicia y sugestión los casi cien textos de González Torres.
A escoger ahora en Libros alegres.
Sin esperar hasta el sábado por la mañana.
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Armando González Torres, poeta y ensayista, publica en diversas revistas y suplementos de México y el extranjero. Ha ganado varios premios literarios nacionales en las ramas de ensayo y poesía, como el Alfonso Reyes y el José Revueltas. En varias ocasiones ha obtenido la beca del Sistema Nacional de Creadores. Es autor de alrededor de veinte libros, entre ellos los poemarios Los días prolijos y La peste. Algunos de sus títulos de ensayo son “¡Que se mueran los intelectuales!”, “Las guerras culturales de Octavio Paz”, “La lectura y la sospecha”, “Sobreperdonar” y “Salvar al buitre”.