El estilo Echeverría

Ciudad de México /
Manuel Echeverría, ‘Las puertas del infierno’, Océano, México, 2020, 612 pp.

Manuel Echeverría (Ciudad de México, 1942) ha sido siempre un novelista atípico.

No de esos cercanos a las luces promocionales y protagónicas, donde unos a otros se aplauden a rabiar, como frenéticamente se atinan puñaladas traperas, sino otro al que la experiencia literaria tiene razón de ser en el regocijo de la lectura, parte de vida.

Aunque para anclar en ello se requiera de un talento escritural único,así como del conocimiento de los temas y ambientes que con marcada pasión vuelca en sus novelas, una docena a la fecha, donde El enviado especial (1984) es de obligadísima lectura.

Vuelve ahora Echeverría (Premio Xavier Villaurrutia, 1974, desechado “cortésmente”) con Las puertas del infierno, novela donde un joven estudiante de abogacía, metido a policía secreto, transita por el caos berlinés de la anteguerra a fin de develar secretos en torno a la reciente muerte de su padre.

Un thriller donde confluyen fascistas, comunistas y judíos perseguidos, traficantes y periodistas, crímenes…, sí, como seguramente ya habremos leído demasiados, pero que en la versión de Echeverría nos lleva a los interiores de personas que se niegan a aceptar el llamado curso de los acontecimientos históricos para ser simplemente ellas.

Que la guerra puede “crear relaciones profundas entre los seres humanos” lo sabe Bruno Meyer, protagonista central, quien, desde las líneas del peligro y el miedo, del deseo por descubrir nuevas verdades, se apuntará en las filas de la camaradería entre sus iguales y no en las de sus patrones. Hechos que no bien recibidos por esos otros, los del crimen organizado, y del desorganizado también, aliados naturales del fascismo en el pleno ascenso demencial.

Novela que bien retrata las SS, la Gestapo y la Kripo, tríada que suscribirá un pacto con las diferentes camarillas de los criminales de una Alemania urgentemente necesitada de los recursos económicos, la autojustificación y la fuerza humana que demandará la guerra, Las puertas del infierno repite esas maneras tan características de la obra completa de Echeverría.

Forma que podría catalogarse como conservadora, casi un estilo, el estilo Echeverría, pero que es la que mejor se amalgama con las tramas desplegadas y en los develamientos de sus personajes. (Otros de los ejes de Las puertas…, marcadas sus resonancias wagnerianas, son la búsqueda de un asesino serial, El Lobo de Berlín, quien ha matado ya cinco bellas jóvenes alemanas, y la conexión entre el movimiento espartaquista y una ola de atentados versus el régimen del Tercer Reich).

Todavía recuerdo la primera recomendación a descubrir la novelística de Echeverría. “Léete El enviado especial y, si las encuentras, las anteriores”, me dijo Hernán Lara Zavala. Y a partir del momento Último sol, A sangre y fuego, El abogado del Kremlin, Las tinieblas del corazón, La sombra del tiempo

Recuerdo también al Quiroga de El enviado… Ahora a este Meyer y a sus confidentes Norman Fisher y Hardy Baumgarten, también periodistas, inmersos en su soledad, otra de las constantes en las novelas de Echeverría.

¿Qué es la soledad en el fondo?, se preguntó Echeverría frente a Ignacio Trejo Fuentes, hace ya muchos años.

“Falta de generosidad social. Cada vez somos menos generosos con nuestros afectos, con nuestro tiempo y nuestra capacidad de comunicación. Cada vez vivimos más hacia adentro, desconfiamos del vecino, de la autoridad, de los agentes del orden, de las doctrinas, de la moral. Uno se reduce a ser un conglomerado inmenso de individuos, cada uno de ellos más desconfiado del vecino que el otro. Eso es la soledad, finalmente”, contestó el autor, ahora en mesa de novedades con Las puertas del infierno.

  • Mauricio Flores
  • mauflos@gmail.com
  • Periodista, estudió Ciencia Política y Administración Pública en la UNAM
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