Una historia, escribió el novelista ingles Graham Greene, no tiene ni principio ni fin. Cualquiera que se decida a rememorarla puede elegir, arbitrariamente, un momento de la experiencia para desde ahí mirar hacia adelante o hacia atrás.
Hacia los flancos o en espiral, volviendo una y otra vez al centro vital de toda existencia que se precie contable, y donde revelación, religiosidad y creencia sirven como lazos del vasto tejido literario de este autor al que no le gustaba lo llamaran católico.
Visto así, Greene (1904-1991) resulta el autor de al menos dos obras. La que se centra en la observación de los fundamentos de la naturaleza humana, y ese otro gran listado de títulos que parecieran meros divertimentos, algunos de ellos no bien vistos por la crítica.
Circula en librerías el libro menos conocido del primer bloque, El final del affaire, traducción de Eduardo Jordá sobre The End of the Affair, publicada originalmente en 1951, luego de las revelaciones de El poder y la gloria (1940) y El revés de la trama (1948). Una trinidad que cualquier editor debería haber reunido ya, en un solo libro, desde hace tiempo.
El final del affaire cuenta la historia de Sarah, una mujer casada con el diplomático Henry, presumiblemente infiel, ella, a la que Maurice, su antiguo amante, decide investigar. “Uno se cansa de vivir un engaño condenado al fracaso”. El escenario, un Londres que sana sus recientes heridas, 1946, donde se bebe “un pésimo jerez sudafricano por culpa de la guerra de España”.
Pero en realidad la historia va mucho más allá de cualquier resumen, pues como advierte Mario Vargas Llosa en el epílogo de la misma, se despliega como la narración de un milagro, con toda la carga de persuasión y verosimilitud que se requiere para ello. Y sin importar, claro está, crea o no el lector en aquellos.
Cómo hablar de eternidad, se pregunta el narrador de The End of the Affair, sino desde la ausencia del tiempo. Cómo de amor, religiosidad, fe, milagro y hasta oficio escritural. Lo descubrirá el lector al envolverse en la más reciente traducción de este obligado Greene, siguiendo a Vargas Llosa, donde se constata que los temas parecieran no ser esenciales si existe algo más en el fondo y en la forma.
Pues esencial son estilo y orden, y quienes determinan la profundidad o vacío de una obra, el esplendor o lo exangüe de sus significados.
Los que de tan nítida y profundamente se palpan en El final del affaire, hacen posible la definición de Dios. “Sé lo astuto que eres. Nos haces subir al lugar más alto y nos ofreces todo el universo. Por eso, Dios, eres un demonio que nos tienta para que demos el gran salto. Pero no quiero tu paz ni quiero tu amor (…)”.
“Con tus grandes planes nos destrozas la felicidad igual que una cosechadora destroza el escondrijo de un ratón. Te odio, Dios, te odio como si existieras”.
El Dios al que Greene dedicó su fe.