Lo que está claro es que no es la mejor novela de Gabo.
Del colombiano, Premio Nobel de Literatura 1982, casi cualquiera recuerda con dilatado consentimiento por lo menos una de sus muchas obras narrativas.
Cien años de soledad… El coronel no tiene quien le escriba… El amor en los tiempos del cólera...
No vivió para verla publicada.
Pero algo habrá podido decir Gabriel García Márquez (1928-2014) de En agosto nos vemos, como mucho se habla ya de ella a unos cuantos días de haberse colocado en librerías de manera póstuma, novela “fruto de un último esfuerzo por seguir creando contra viento y marea”.
Suceso editorial y literario.
No cualquier título se estrena con los tirajes apostados para En agosto…
No deberá haber mucho de inédito de autores de la talla del colombiano, ni de premios Nobel, muertos o vivos.
Pero sucede que, a diez años del fallecimiento de Gabo, sus hijos Rodrigo y Gonzalo decidieron publicar esta versión final de un texto que el propio autor trabajara en distintas etapas de su vida, previa la intervención del editor Cristóbal Pera.
Presente la disyuntiva entre un “este libro no sirve. Hay que destruirlo” (García Márquez) y la decisión familiar de regalarle a los lectores del colombiano un “nuevo placer”.
“Acto de traición” que nos recuerda, de entrada, a Kafka, a Calvino.
“Algo le falta…”, escuché por ahí; “nada que ver…”, más allá.
Lo cierto es que (cuotas de morbo del lado) En agosto… resulta un transparente ejemplo del gran oficio literario del colombiano al momento de contar las historias y las vidas de personajes, en apariencia comunes, pero tatuados por eso llamado amor.
“Cuando una mujer dice su última palabra, todas las demás sobran”, leemos.
La novela, que de acuerdo con editor (corroborará el lector) habrá de inscribirse en la rama de Memoria de mis putas tristes (2004), cuenta la historia de la añosa Ana Magdalena Bach, quien al visitar la tumba de su madre en una isla del Caribe experimenta diferentes encuentros amorosos. Pasajes de la vida de una mujer que toma conciencia de que “los cambios no eran del mundo sino de ella misma”.
Algún misterio escondido, también.
Las maneras del amor.
Todo con buenas dosis de música (Lara, Debussy, Chopin, Rajmáninov, Mozart, Schubert, Chausson, Bartók, Celia Cruz, Los Panchos) y literatura (Hemingway, Camus, Borges, Wyndham, Bradbury, Defoe) en la evocación.
Salvo alguna sorpresa mayor, muy mayor, En agosto… cierra el ciclo narrativo del colombiano.
Hecho por demás importante.
Quedan por escudriñar los archivos personales del escritor, en custodia del Harry Ransom Center de la Universidad de Texas en Austin, de donde podría surgir algún nuevo título.
Queda su amplia obra, “quiero que seas lo más crítico posible, pues una vez ponga el puto final ya no vuelvo a revisar nada”, planetariamente distribuida, traducida y leída por miles y miles.
Queda su periodismo y su voz.
“En el fondo, la razón de esta costumbre de contar proyectos paralelos no debería merecer reproches sino compasión: el terror de escribir puede ser tan insoportable como el de no escribir”, escribió Gabo en Vivir para contarla (2002).
“En mi caso, además, estoy convencido de que contar la historia verdadera es de mala suerte. Me consuela, sin embargo, que alguna vez la historia oral podría ser mejor que la escrita, y sin saberlo estemos inventado un nuevo género que ya le hace falta a la literatura: la ficción de la ficción”.
Sin ser la mejor, a leer desde este marzo En agosto nos vemos.