García Ponce, Lugo y algunos otros

Ciudad de México /
José Antonio Lugo, El maestro y su escriba, El tapiz del unicornio, México, 2024, 120 pp.

Si de algo se trata la vida, coincidiremos los más, es de involucrarse.

Con el entorno, el tiempo, quienes nos rodean y la vida misma.

El zapatero con el calzado, el cocinero con la sazón, el arquitecto con la estructura y, vuelvan a estar conmigo, el escritor con la invención de un mundo nuevo, diferente al de la existencia misma, pero que en muchas ocasiones resulta mejor.

Involucrarse, la palabra.

Que además se inserta en alguna voz de la recién publicada novela de José Antonio Lugo (Ciudad de México, 1960), El maestro y su escriba, quedará al final de su lectura como prueba de lo que debe de existir al momento de la creación literaria.

Y Lugo, juzgarán los lectores, se involucra.

En su aparente sencillez, El maestro y su escriba contiene diferentes relevancias.

Es algo así como tributo a uno de los más importantes novelistas del pasado medio siglo mexicano, el yucateco Juan García Ponce, quien el narrador perfila así:

“…un hombre muy bien parecido que ejercía una gran atracción en las mujeres. Su rostro aniñado y de mirada profunda, le daba un toque femenino que enmarcaba una virilidad no agresiva. Emanaba de él un misterio… ¿Qué escondía su mirada? Su figura expresaba deseo latente y al mismo tiempo una enraizada melancolía, como si una parte de sí se resistiese a dejarse conducir por el movimiento de la vida. ¿Sería acaso una anticipación de lo que vendría después, cuando el cuerpo dejara de obedecer a sus órdenes y lo condenara a la inmovilidad?”

Sin extender aquí su trama y desarrollo, la novela recrea con fidelidad los universos personal y literario del también gran ensayista mexicano, como se sabe, afectado de una enfermedad que lo mantuvo casi inmóvil los últimos años de su vida.

Un autor que identificó en el deseo, pequeñita palabra que tanto contiene, su leitmotiv, además de ser una especie de promotor de autores como Musil, Klossowski, Mann, Dorerer, Bataille y otros más.

No confundirnos, El maestro y su escriba no se estaciona en el hueco homenaje, sino que parte de él para recordarnos los hilos con que se teje la obra garciaponceana, surgida de un verdadero creador, un “héroe cuya misión es revelar lo que, sin el arte, no es posible ver ni percibir”.

En mismo sentido, la novela de Lugo nos habla de esa literatura que antes fue voz, siempre a partir de la recuperación de las prácticas de dictado de la obra de “el maestro” a su “escriba”, Olivia.

“Sólo dentro del espacio mágico de la literatura es posible comprender lo que no se puede expresar sin las palabras y al mismo tiempo, generar las condiciones de la evocación y la nostalgia”.

Conforme la novela avanza y nuevos personajes se incorporan, los lectores presenciamos un giro narrativo que convierte a El maestro y su escriba en una obra policiaca, sin olvidar nunca las motivaciones literarias de “el maestro” y hasta un juego metaliterario al acompañar su desarrollo con el de una obra que éste le dicta a Olivia.

Habrá también el recordatorio de otras de las obsesiones literarias de “el maestro”, como su fascinación por los llamados gnósticos, “que postulaban no la falta de la existencia de Dios, sino la existencia de un Dios perverso, que postula un orden rebelde y luminoso en su aparente oscuridad”.

Aun con ciertas imperfecciones, El maestro y su escriba prueba el grado de involucramiento que un autor (más anclado en el medio académico que en los grupos de influencia cultural) puede alcanzar al momento de adentrarse en el universo de la imaginación literaria.

Y sí, es probable que la novela de Lugo pase de largo entre los dictaminadores de las letras contemporáneas de nuestro país y acumule más y más ediciones, sin embargo, forma parte desde ahora del canon personal de algunos otros (“De eso se trataba la vida, de involucrarse. La pregunta, siempre, era con qué, con quién”).

“No se puede perder lo que no se tiene —escribe García Ponce en su prodigiosa Crónica de la intervención, que en El maestro y su escriba se le recuerda como ‘la novela grande’— y por eso se lo tiene de un modo absoluto”.


  • Mauricio Flores
  • mauflos@gmail.com
  • Periodista, estudió Ciencia Política y Administración Pública en la UNAM
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