Juárez fue tal vez el personaje de nuestra historia más mencionado en el discurso presidencial que ahora concluye.
Durante seis años, la oratoria gubernamental exaltó la trayectoria y alcances del nacido en Guelatao (1806) y muerto en Palacio Nacional (1872), justo el sitio desde el cual la figura fuera exaltada.
Ese Juárez otrora olvidado, incluso denostado, recuperó protagonismo y volvió a estar en voz de la llamada opinión pública.
Llama la atención, sin embargo, la escasa edificación emblemática que del personaje se hiciera, cuando la misma viviera tiempos de gloria durante la acumulación de ya muchas décadas.
De esa iconografía, una imagen que se repite una y otra vez en diferentes formatos es de la que nos habla (bienvenida coincidencia) la investigadora universitaria Rebeca Villalobos Álvarez en su libro El culto a Juárez. La construcción retórica del héroe (1872-1976).
Obra de orígenes académicos pero que, en esta versión salida del propósito de la editorial Grano de Sal por entregarle a grandes colectivos de lectores temas de interés general que muchas veces permanecen anónimas y escondidas en aquellos reductos, puede leerse como un recorrido por la imagen misma del personaje histórico, en algo así como una centuria.
Una proyección en sí diversa, asimismo anclada en nuestra cultura nacional, que avanzó en el tiempo y de acuerdo con circunstancias sociopolíticas específicas. De ahí la necesidad de mirarla en perspectiva y con elementos de análisis confluyentes.
El libro de Villalobos Álvarez nos muestra a los diferentes Juárez de los pasados cien años, un solo héroe, si bien su modelo (siempre diferente) no tenga que ver siempre con motivos explícitos y aceptables.
Reconocer a esos muchos Juárez, anota la autora, nos obliga a “adoptar una posición acaso más crítica, acaso menos ingenua frente a ellos, a cuestionarnos sobre su presencia, su evolución a lo largo del tiempo, su vigencia y su necesidad”.
Como también a, irremediablemente, “contextualizar su importancia, historizar su existencia y recordar la tremenda diferencia entre ellos y los individuos históricos que originalmente les dieron nombre”.
¿Cuál es la imagen de Juárez que más claramente recuerdan lectores y lectoras?
¿Aquellas viejas y finas litografías decimonónicas?
¿Los grabados de la prensa revolucionaria?
¿Los estilizados óleos de conocidas firmas?
¿Los coloridos trazos de la destreza de los grandes muralistas?
¿El mármol gastado de su resguardo fúnebre?
¿La horrorosa cabeza del oriente de la ciudad grande? y la que Carlos Monsiváis mirara “horrible y terrible” para añadir, “se vuelve adicción política, es vulnerable y es invulnerable, contraría los gustos establecidos y abre un espacio donde la contemplación atraviesa por referencias tremendistas, semilla de una estética nueva”.
Guiada por la retórica como instrumento de análisis académico, la autora de El culto a Juárez nos coloca frente a cada una de estas imágenes, síntesis a su vez del vínculo entre estética y política, base del llamado “culto”.
Al mirar a este desdoblado y extendido Juárez, a los lectores nos quedará explícito que “toda obra de arte puede juzgarse en función de sus implicaciones ideológicas” y, al mismo tiempo, “que las ideas políticas pueden evaluarse a partir de presuposiciones estéticas”.
Un comentario final
Cuál de los personajes de nuestra historia será ahora, en el llamado segundo piso de la transformación, el mayormente encomiado desde el discurso presidencial.
El tiempo nos dirá.