La acumulación de una abundante información, procedente lo mismo del trabajo académico que de la herencia familiar, llevó a Carlos Martínez Assad (1946) a decidirse a escribir y publicar tal vez la historia más completa del arribo y la permanencia de los libaneses en México.
Una historia, construida con ese favor que otorga siempre el saberse parte del todo a determinar, que comenzó en el tránsito hacia el siglo veinte con el arribo de los primeros libaneses, hombres y mujeres. Algo que se multiplicará en el curso de las décadas posteriores, dando como resultado una verdadera integración de aquellos viajeros a un mundo nuevo.

Coeditado por el FCE y la UNAM, Libaneses. Hechos e imaginario de los inmigrantes en México contiene en sus páginas muchas historias. Desde la correspondiente al llamado entonces Monte Líbano y, pasando por la dominación otomana, hasta la conformación de un Estado moderno.
Realidad cambiante que habrá de complicar al exiliado su consecuente filiación a una determinada denominación nacional (Estado). Aunque, como advierte el autor, “en la base de sus expresiones culturales del ser libaneses conservaron razones identitarias”.
A la manera del quehacer histórico propuesto por Edmundo O ‘Gorman (invención: “el concepto más apropiado por el horizonte que se va descubriendo y que adquiere un nuevo sentido”), Martínez Assad recorre en el tiempo los hechos más significativos de “los libaneses” en México. Siendo sus fuentes, en la mayoría de los casos, habrá que subrayarlo como invitación al lector, historias, relatos, anécdotas, apuntes, publicaciones, pláticas.
“En este trasiego”, escribe el autor, “me animó la idea de entender y hacer más comprensible ese pasado y poder transmitirlo a los interesados. Por eso éste es un libro para reflexionar sobre la ascendencia y mirar hacia los descendientes que puedan integrar su historia para, a su vez, difundirla”.
Una historia necesaria y útil; original y pulsante.
A diferencia de lo experimentado por otras comunidades venidas a nuestro país, la libanesa no tuvo que sufrir persecuciones ni segregaciones, aun cuando Martínez Assad nos ofrezca un documentadísimo apartado en el libro sobre las “reclamaciones de libaneses por daños durante la Revolución Mexicana”.
Imposible saber si el extendido listado de reclamos fue pagado.
En todo caso, sostiene Martínez Assad, “sorprende que la historiografía mexicana, al referirse a las andanzas y hazañas de Francisco Villa, no se haya interesado en conocer y dar alguna importancia a los acontecimientos que sufrieron los inmigrados en México en una guerra que no era la suya, con fuertes pérdidas económicas y aun de vidas, como lo han arrojado algunos testimonios”.
Conforme el siglo veinte avanzó, la inserción de los libaneses en los diferentes apartados de la vida nacional se generalizó; muestra de ello el apartado dedicado a “La Merced de los libaneses”, referente emblemático del proceso.
Sin dejar de lado, una mirada a los vicios y las virtudes de los mismos, presentes en toda sociedad. “El conocimiento de las virtudes de los libaneses [también vistos por entonces como proclives al juego] le debe mucho a su exposición en el cine mexicano”.
“Su vehículo fue el actor Joaquín Pardavé, quien apareció en varios filmes como un inmigrante libanés bueno, honesto y trabajador; lo que contribuyó a la construcción del arquetipo más difundido de los libaneses en México. El ser y el no ser del inmigrante puede ejemplificarse con ese cine que parece resumir la confrontación entre la realidad y la ficción, dos representaciones elaboradas para escoger entre una y otra. Prevaleció la de la virtud sobre la del vicio, como dieron cuenta de ello los expedientes policiacos, apenas ensombrecidos por algunas expresiones xenófobas que siempre han aparecido a lo largo de la historia”.
La historia de Martínez Assad avanza atendiendo temas como modernidad, cultura, política…, apoyado siempre en la riqueza y abundancia de sus alternativas fuentes, y donde destaca tal vez el mejor ejemplo de la riqueza material y humana resultante de la integración en la persona de Neguib Simón Jalife.
Apartado que recuerda también la cercanía entre mexicanos y libaneses y la Universidad Nacional.
Un “vínculo fuerte” si se recuerda que varias de las escuelas universitarias estaban cerca de La Merced. (El mismo autor es coordinador, junto a Alicia Ziccardi, de un bello libro titulado El barrio universitario. De la Revolución a la Autonomía).
Leemos en Libaneses:
“…uno de los primeros [Simón Jalife] en recibirse de abogado, [y] que se contó entre quienes insistieron en el proyecto de desplazar a las escuelas y facultades del centro de la ciudad hacia un campus universitario por el rumbo del Pedregal de San Ángel (…). Y, como se sabe, por allá se creó la Ciudad Universitaria. Construyó, eso sí, el conjunto que alberga la Plaza México, inaugurada en 1946, auspiciando la extensión de la avenida de los Insurgentes que continuaría su ruta hacia Ciudad Universitaria, que abrió sus puertas en 1952”.
“Cualquier historia de cualquier familia es una novela apasionante”, recupera Martínez Assad de Amin Maalouf.
Pienso que Libaneses es (no todos lo son) un libro de historia apasionante.