Uy, Lovecraft, qué miedo, dice en el vagón del Metro de media tarde una chica no mayor de veinte años. Viene, sospecho, de regreso de su jornada escolar en alguna universidad de la periferia urbana. Me esquiva la mirada cuando volteo a verla, y sus ojos se anclan haciendo un esfuerzo por leer algo más, un texto bien impreso en la contraportada de la novedad del clásico estadounidense H. P. Lovecraft, Cuaderno de ideas, editado en España por Periférica. Momentos después, el libro entre las manos abierto por la página dieciséis, al buscar el orgullo de la complicidad lectora, descubro que ella ya no está, sí el recuerdo de la primera vez que leí a este autor.
Qué tendrá la narrativa de Lovecraft que la juventud lectora sigue abrazándose a él.
Más de un siglo después, el llamado maestro del terror y la ciencia ficción mantiene una silenciosa presencia en toda librería que se precie de ofertar las lecturas básicas que demanda el consumidor. Un escritor, de quien al paso de los años se ha reconstruido casi por completo su biografía más personal, que entendió al hecho literario como una labor artesanal. Entramado de planos, nudo imposible de revertir a su origen primario, en donde, como bien advierte Juan Andrés García Román, traductor de este Commonplace Book, lo fragmentario es marcadamente potencial.
Pues ambas cosas es Cuaderno de ideas.
Un espacio, primeramente, a la manera medieval, donde el autor inscribe temas, ideas, datos… a fin de desplegarlos después en el momento específico de la factura propiamente literaria. Para “su uso futuro”, es verdad, “pero quizá no para su uso exclusivo [y que] nos sitúa delante de un autor distinto al de sus aquilatadas ficciones célebres”. Lovecraft (1890-1937), pergeñó (“a vuelapluma”) esta obra en cuestión entre 1919 y 1934, justo los años en los que extendió su obra, de naciente a magistral, ambas reconocidas al paso de los años. Un conjunto de microficciones, después, que como anota el mismo García Román se convierten en algo así como maneras de “huir de la retórica, algo que viene que ni pintado a su estilo personal, cuyo anacronismo verboso lo ha privado de una mejor consideración literaria”.
Permítaseme la digresión, este nuevo redescubrimiento libresco de Lovecraft no es para gozarse entre los trayectos del transporte público de la gran ciudad. Toda su obra es un empujón al alejamiento, el ensimismamiento y el temple acerca de uno mismo. Tal vez sea mejor leerse antes, durante y después de sus conocidos títulos (aun cuando ahora mismo no nos pongamos de acuerdo en cómo deletrear la palabra Cthulhu). Mucho mejor en la soledad de una posible oscuridad, “fuego de origen desconocido atravesando las colinas por la noche”, bien avanzada la tarde y el clima menos templado.
Unos doscientos textos tan breves como intensos, enigmáticos, sugerentes.
Que nos alertan de un “sonido horripilante en la oscuridad”.
Del poder que un mago tiene para “influir en los sueños de los demás”.
De esa controvertible materia llamada identidad: “reconstrucción de la personalidad. Un hombre fabrica una réplica de sí mismo”.
De “la convicción perturbadora de que toda vida es sólo un sueño engañoso tras el que acecha un siniestro y deprimente horror”.
De la disyuntiva entre muerte y vida: “muerte, desolación y horror, lúgubres espacios, el fondo del mar, ciudades muertas”; vida, “inmensos reptiles nunca vistos y leviatanes, bestias horrendas de una jungla prehistórica, una flora viscosa y nauseabunda, instintos malignos del hombre primitivo. La vida es más horrible que la muerte”.
Y del vislumbre de los libros que nos insinúa, ocurrente y misterioso, el eterno Lovecraft.
“Se descubre un viejo libro maldito. Con instrucciones para una invocación perturbadora”.
“Un libro que cuando se lee induce al sueño. Imposible leerlo. Un hombre decidido lo lee. Se vuelve loco. Las preocupaciones que toma un anciano iniciado. Protegerse mediante un encantamiento… como haría el autor o traductor del libro”.
“En una librería antigua se descubre un libro maldito. Nadie lo volverá a ver jamás”.
“Un mundo perverso superpuesto al mundo visible. Hay una puerta de acceso. Un impulso guía al narrador hasta un libro arcano y prohibido que contiene instrucciones de paso”.
“Descubrir algo horrible en un libro (tal vez familiar) y no ser capaz de encontrar esa página nunca más”.
Por siempre Lovecraft.