El emperador de Estados Unidos

  • Columna de Mauricio Mejía
  • Mauricio Mejía

Ciudad de México /

Nadie tiene certeza sobre la fecha de su nacimiento; todos, de su muerte: 8 de enero de 1880, en San Francisco, California. Todavía hoy se puede leer en su lápida, en el Woodlawn Memorial Park: Norton I, Emperador de los Estados Unidos y Protector de México.

Unos dicen que nació en Londres, otros que en Escocia y los menos que en otra región de Gran Bretaña. Un biógrafo sostiene que llegó de dos años a Sudáfrica con sus padres y dos hermanos. Tampoco es confiable la aventura. Port Elizabeth, a donde arribaron, era un lugar de esperanza para las colonias británicas que anclaban en casi todos los puertos del mundo. Hay registros periodísticos que confirman que la familia se mudó luego a Ciudad del Cabo. Y que, de los cinco, sólo sobrevivía Joshua —el menor de los Norton— en 1849, el año de la Fiebre del Oro. En 1847, México perdió más de la mitad de su territorio después de una desventajosa invasión estadunidense. Joshua llegó a San Francisco, con 40 mil dólares, con ímpetu comercial; ajeno al metal. El tabaco y el arroz eran lo suyo.

Acumuló una fortuna, se unió a los masones y, dicen, padeció el amor. Quebró poco después. Arruinado, vagó en hostales. La prensa da testimonio de un duelo a muerte entre dos demócratas por diferencias sobre la esclavitud. Fue el 13 de septiembre de 1959, doce años después de la toma del Castillo de Chapultepec por las fuerzas invasoras. Joshua —sostienen— sufrió un golpe de realidad al enterarse que el perdedor murió al tercer día. De golpe se declaró Emperador de Estados Unidos. El San Francisco Bulletin da constancia de ello.

Publicó edictos, convocó a las fuerzas políticas de toda la Unión y pidió la desaparición de los partidos Demócrata y Republicano. Abolió —como debía ser— el Congreso. México atravesaba por la Guerra de Reforma, consecuencia del Plan de Ayutla, que puso fin a la dictadura de Santa Anna, el feriante del 47. Conoció y se ganó el cariño de Mark Twain, entonces reportero de sucesos. Cuando Norton I se enteró de la eventual invasión francesa a México, se declaró su Protector. Maximiliano llegó a Veracruz en 1864. El emperador repudió el Segundo Imperio mexicano. Nadie puede confirmar si la Reina Victoria contestó sus muchas cartas. La ciudad de San Francisco comenzó a tener cariño y simpatía al emperador. Caminaba elegante, cortés y en compañía de sus dos perros. Gozaba, a diferencia de otros, de popularidad.

El 8 de enero de 1880, a causa de una apoplejía, murió caminó a la Academia de Ciencias Naturales; llevaba dos dólares en uno de sus bolsillos. Al mediodía siguiente, unos 10 mil ciudadanos lo acompañaron en el camino al cementerio. La necrológica de un diario local se leyó: “Este emperador no mató a nadie, no robo a nadie, no se apoderó de nadie. De la mayoría de sus colegas no se puede decir lo mismo”.

El 30 de noviembre de ese año, terminó el mandato constitucional de Porfirio Díaz, quien, paradójicamente, se comportaría como Protector de México. Permanecería en el poder entre 1884 y 1911.




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