Desde el sábado por la noche y durante el domingo, muchas editoriales ponen las tradicionales ofertas en los estantes. Es curioso lo que llega a pasar con algunos compradores: van un día entre semana, echan ojo a un título (o a varios) y salen sigilosamente de la Expo. Pasan los días y regresan justo a la hora de los descuentos. Esperando, claro está, que aquella obra (u obras) no se hayan agotado. Con la diferencia de precio se proponen adquirir un agregado que complete la despensa. Ojalá la lejana quincena permita acercarse a estas dos extraordinarias mujeres que no son tan distantes como parece.
Emily Dickinson es una poeta fundamental. Visita al Ser desde todas las esquinas, las internas y las externas. No huye de ningún sentimiento ni de ninguna estación del alma. “El agua se conoce por la sed”, escribe en uno de sus versos. La profundidad de ese dibujo es asombrosa. La Antología bilingüe (Alianza Editorial, prólogo selección y traducción de Amalia Rodríguez Monroy) es una preciosidad. La gran ventaja que tienen los libros de bolsillo es que van a todos lados. Los lectores de Dickinson tendrán el privilegio de sanar la sequía contemplativa (no es otra cosa la poesía que contemplación interior) en el autobús, en la plaza o en la cafetería. Languidez, niebla, montaña, ojo y mirada; dolor, indiferencia, criatura, habitación. Las palabras son atmósferas que se dirigen a otras metáforas, más aventuradas, más íntimas, más lejanas. Todo lo irreal —como lo real— es apariencia, un bordado abstracto del límite entre lo de afuera y lo de adentro. Y de ese bordado, Dickinson hace hilo, la aguja ha dejado un crisol figurativo único, que salva de la angustia cotidiana.
“Lo sensible, como todavía lo conciben los positivistas, no puede sobrevivir a la muerte de lo suprasensible”, escribe con un lucidez poética Hanna Arendt. Dios forma parte del relato —del paisaje— de Dickinson como una palabra extrasacramental. Arendt da en el clavo del universo de Nietzsche: Dios ha pasado de lo suprasensible al mundo verdadero. La vida del espíritu es una cumbre del siglo XX. Entre el pensamiento y la voluntad, sin dejar de ser poética, esta larga reflexión sobre el Ser no ha perdido urgencia. Necesaria para entender los días que corren. Entre ambas autoras hay una férrea voluntad de ser armonía entre ellas y el yo sentido y el yo pensado. Diría Arendt: solo las cosas que llegan a su interior tienen algún valor para el espíritu. Artistas de la propia vida descubren y hacen descubrir que, en efecto, no hay distinción en el yo interior y “lo” exterior. Poética y pensamiento se combinan para dejar en claro que lo único que no se debe permitir es que triunfe el miedo a ser uno mismo. Dickinson y Arendt, verán sus lectores, son caminos seguros y misteriosos hacia la libertad y hacia la liberación.
ÁSS