Volveremos a abrazarnos

  • Columna de Maximiliano Reyes Zúñiga
  • Maximiliano Reyes Zúñiga

Ciudad de México /

En esta pandemia, la peor desde la mal llamada gripe “española” de 1918, cobra especial relevancia la cooperación global que impulsa México. Justo al publicarse este texto, nuestro canciller anunció la plena disposición de México —a la que esperamos se unan otros miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac)— de sumarnos al esfuerzo internacional para desarrollar una vacuna.

Y entretanto se logra una solución, la Secretaría de Relaciones Exteriores sigue velando por la repatriación de connacionales alrededor del mundo. A la fecha ascienden a más de 11 mil los mexicanos que lograron regresar con apoyo del gobierno mexicano, por propios medios o con la acción combinada de aerolíneas comerciales y organizaciones de la sociedad civil.

No pocas de estas situaciones constituyen un relato épico; sin embargo, hay algunas que sobresalen como el de la familia Chiappini, que el 1 de mayo retornó en un vuelo chárter desde Buenos Aires, Argentina, junto con 245 mexicanos. En este caso fue gracias al apoyo, literalmente providencial, de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Oriundos de Querétaro, don Eduardo Chiappini y su hija habían quedado varados en la remota localidad patagónica de Epuyen, donde visitaban a su familia. Localizada en la provincia argentina de Chubut, cuenta con 2 mil habitantes, se encuentra a 7 mil 500 kilómetros de Querétaro y a mil 800 de Buenos Aires.

Los Chiapinni nunca imaginaron que el 11 de marzo la OMS declararía la situación de pandemia global. Como muchos otros gobiernos, el argentino optó soberanamente por declarar la emergencia sanitaria nacional seguida por un estricto “aislamiento preventivo y obligatorio”.

Don Eduardo, a consecuencia de una insuficiencia renal, requiere semanalmente de dos a tres tratamientos de hemodiálisis. Sin embargo, en el contexto de la cuarentena, continuar su tratamiento le implicaba permisos para trasladarse a los centros de salud más cercanos sin contar el costo de cada hemodiálisis.

La familia contactó a la embajada de México el 23 de marzo. Nuestro personal procuró un seguimiento prioritario considerándole para los dos primeros vuelos de repatriación operados por la Fuerza Aérea Mexicana, 1 y 11 de abril. Sin embargo, el trayecto hasta Buenos Aires requería un recorrido terrestre de más de 21 horas que la condición médica del señor Chiappini no permitía.

Tras la búsqueda de alternativas, se confirmó con la iglesia mormona que el 30 de abril llegaría a Buenos Aires un vuelo para la repatriación de sus misioneros argentinos varados en México. Se nos ofrecieron, en un gesto solidario y generoso, los espacios vacantes en el vuelo de retorno.

El gesto se extendió al uso del taxi aéreo que llevaría a misioneros mexicanos desde el sur argentino para conectarse con el vuelo en Buenos Aires. Los misioneros procedían de localidades ubicadas en el Fin del Mundo: Comodoro Rivadavia, Ushuaia, Río Grande y Río Gallegos. El mismo día 30 todos los connacionales lograron la conexión en Buenos Aires para regresar a México.

La diplomacia más visible es aquella de los grandes tratados, visitas de Estado y el ceremonial que les rodea. Sin embargo, la acción consular mexicana no ha dejado de refinarse tanto o más, pulida y esmerada por nuestra experiencia con Estados Unidos.  Es la que brilla en situaciones humanas críticas como la que hemos querido compartir, la que salva vidas.

Hoy, una mitad de los Chiappini ha vuelto al Bajío, mientras la otra, espera al sur del hemisferio el momento en el que mexicanos y argentinos podamos volver a abrazarnos fraternalmente, el abrazo que une a pueblos latinoamericanos siempre por encima de las distancias y las adversidades. 


* Subsecretario para América Latina y el Caribe

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