Cuando las películas se ensañan con la arqueología

  • Bambi vs. Godzilla
  • Maximiliano Torres

Ciudad de México /

Quince años después de que Angelina Jolie interpretara a Lara Croft en Tomb Raider, una nueva versión de aquella astuta, atlética y sensual arqueóloga llega a la pantalla grande. Aunque, generalmente, los reboots son hechos a gusto de la afición, esta entrega parece dictada por el conservadurismo y la corrección política que están tomando el control de los contenidos.

Con veintiún años, Lara Croft (Alicia Vikander) ha decidido no hacerse cargo de las empresas que dejó su desaparecido padre y se gana la vida como repartidora de comida. Cuando recibe el ultimátum de aceptar su herencia o dejar que los bienes de su padre sean puestos en venta, Lara se reconcilia con su pasado y viaja al último lugar en el que hubo rastro de su padre: una isla de Japón en la que una tumba ancestral hará reaccionar a su genética de exploradora.

Alicia Vikander no es, para nada, la sucesora de Angelina Jolie sino su antítesis. Discreta en su vida personal, sin una imagen pública calculada, de trayectoria neutra. Lo que la hace indicada para el personaje es que éste cambió. Ahora Lara Croft tiene atributos millennials, como la incertidumbre vocacional-financiera y el no proyectar su sexualidad. Para complacer a las conciencias feministas, Lara no tiene un interés romántico y, para acercarla más a nosotros, es una underdog. En el mundo de hoy, la Lara Croft sexualizada y ruda de Jolie sería una individualista, mientras que su nuevo código de valores la hace el promedio de su generación. El reparto entero está por debajo de Vikander, quien es bastante opaca en el papel. La historia es tremendamente genérica, poco original. Es increíble que el género de los arqueólogos héroes de acción fue clausurado por Steven Spielberg desde Indiana Jones. Desde entonces (1989) no hemos visto nada digno.

“Todo Mal”

Por alguna extraña razón la gran tendencia de este año en el cine mexicano es el robo de piezas prehispánicas. Lo veremos en Museo, de Alonso Ruizpalacios, que recrea el robo verídico de piezas del Museo Nacional de Antropología de Historia en 1985. Y lo veremos este fin de semana en Todo Mal, comedia sobre tres primos que acaban involucrados en el robo del penacho de Moctezuma, luego de que uno de ellos, Fernando, un funcionario diplomático, consigue que el bien arqueológico más anhelado por México regrese temporalmente como un gesto diplomático de Austria, el país que lo tiene en posesión. La vida caótica y acomplejada de los tres primos hará que el regreso del tocado de plumas del gran tlatoani al país acabe en desastre. La cuarta película de Issa López parte de una anécdota con potencial, y muy pronto lo pierde al entregarse a la exageración como único método imaginativo. Sus personajes son estereotipos del siglo pasado –además de infantiles– y a cada minuto estallan en desplantes de comedia romántica: corren por las calles vestidos con la ropa de su boda, resuelven un encuentro incómodo poniéndose a cantar una canción a todo pulmón, declaran su amor en los momentos más vergonzosos. Julia Roberts dejó de hacer esto hace dos décadas y nuestro cine lo aplica como si se acabara de inventar y estuviéramos en 1998. En la trama los giros son gratuitos y la acción desorienta: no se sabe en cuánto tiempo sucede todo, si lo que ocurre con el penacho es un secreto o una tragedia nacional. Por momentos, el penacho parece un pretexto para inducirnos al pleito familiar de estos primos traumados desde la infancia. Como trío protagónico, Osvaldo Benavides, Alfonso Dosal y Martin Altomaro libran airosos la ardua labor de no dar pena ajena en papeles tan débiles. Los tres tienen fibras cómicas, lo cual no es decir que la película tenga escenas cómicas. La venganza de Moctezuma ha adquirido un nuevo significado.

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