Tenemos en nuestro diccionario la palabra “persecución”. El Diccionario de la Real Academia Española nos ayuda e informa dos significados de “persecución”, a saber: Seguir o buscar a alguien en todas partes con frecuencia y oportunidad, y “Seguir a quien va huyendo, con ánimo de alcanzarle.” Este segundo es el más usado para referirse a la acción policíaca con la cual tratan de “atrapar, detener, reducir” a un supuesto delincuente. Esta acción de perseguir es la tarea principal de los cuerpos de policía, expresamente creados para detener a quienes están violando la ley para que, con acuerdo a las leyes, se investigue y se determinen los hechos y, si es el caso, se aplique un castigo. Así quien transgrede la ley reciba una sanción cuya finalidad es hacerle ver al perseguido, detenido y juzgado lo indebido de transgredir las disposiciones legales de la sociedad.
En nuestra sociedad, tal como en otras, se han creado las leyes o mandatos públicos para establecer, bajo el cuidado del Estado, grupos de policía con el encargados de perseguir y detener a quien se presume a violado alguna o algunas disposiciones de alguna ley. Los ciudadanos comunes no tenemos esa capacidad de perseguir y detener a quien o quienes nos parece es un delincuente. Es necesario ir, ministerio público mediante, ante un juez para solicitar orden de aprehensión de la persona o personas de quienes se presume han cometido algún delito. El juez actúa a partir de petición expresa del ministerio público o fiscalía, en la cual fundamenten los hechos que pueden asumirse como delictuosos y han establecido, con datos concretos y precisos que una persona es sospechosa de haber cometido ciertos actos ilegales, y debe ser llamada a juicio. El juez manda la persecución y detención de él o los señalados para ser presentados ante ese juez y se establezcan los hechos delictivos y las leyes a las cuales se ha faltado mediante el procedimiento legal a seguir y respetando las normas legales a cumplir.
Ahora bien, hay de persecuciones a persecuciones. Es muy difícil para el aparato de Estado tal como son las fiscalías atender todas las demandas de acción surgidas de las denuncias de miembros de la sociedad, pues hoy por hoy y desde hace buen rato no hay personal suficiente y el trámite previo de “denunciar” los hechos que se reclaman suelen ocupar su tiempo. Sin embargo, hay prioridades y en asuntos delicados el ministerio público pide a la policía investigadora se ocupe de revisar los detalles pues el asunto puede ser grave por sus repercusiones sociales y legales o por la urgencia de intervenir para evitar la huida de personas señaladas como posibles culpables o por las características poco usuales del caso.
Así las cosas, la persecución de los delitos o los hechos de posibles consecuencias delictivas es la tarea de las fiscalías, de la policía investigadora y del ministerio público. Es clave para la salud de la república, para la permanencia en el tiempo del Estado de Derecho y para evitar consecuencias graves a familias, grupos, empresas y al mismo gobierno en su cotidiana. La clave es decidir la persecución en el momento oportuno, no antes no después. En esa decisión está la clave de la acción del fiscal.
Por todo lo anterior la renuncia del fiscal general de la República es un hecho importante pues conmueve a toda la procuración de justicia del país. No se puede hablar sólo de desaseo en este caso. Sí de cierta complacencia de quienes han de verificar el funcionamiento de la procuración de justicia. La misión original conferida al fiscal renunciante parece estar vigente. ¿Estaremos en lo que resta del sexenio viendo la continuidad de aquella política de “abrazos y no balazos”, fallida por los cuatro costados y causante de tibieza en el combate al llamado al crimen organizado? Esperemos nuevos caminos con los cuales reconstruir al menos las partes más importantes de la nueva república necesitada de ser impulsada con otros modos.
Así, podremos realizar muchos de los deseos de mejora de este país y poco a poco romperemos la idea secular de “el que tranza avanza”, a ratos la letra más escuchada. Persecución de quien no quiere trabajar por una república en manos del pueblo y satisfacción de quienes se une para que, juntos, este México sea el país que queremos.