AMLO y la “narcocrisis”

Jalisco /

No es para menos que en las dos últimas semanas el presidente López Obrador se haya notado tan desbalanceado en su acostumbrada verborrea matutina. Su condición de líder “moral” ha sido puesta en duda y, considerando una campaña política en puerta, esto podría amenazar con una debacle y un escándalo que rebasaría la forma tan segura y triunfal como se había venido manejando para lograr el continuismo de su gestión. Desde luego que aún no es tiempo de hacer un juicio de hasta qué punto el mandatario se vio o no involucrado, o siquiera en conocimiento, de los manejos, presumiblemente comprobables, entre el narco y sus operadores políticos en torno a su campaña del 2006. Lo cierto es que el tema ha sido desquiciante para él en muchos sentidos y ensombreció ya, de menos, el avance de las iniciativas con las que haría “historia”, la presentación de un libro (amanuense e improvisado, por supuesto) y, sobre todo, el fortalecimiento de su candidata a sucederlo, que tiene como él dice, “las mismas ideas”. O sea, su clon, su espejo.

El asunto no cae en una esfera que el presidente maneja usualmente como “politiquería”, palabra que usa cada vez que no encuentra justificación alguna para los señalamientos que no le favorecen. No. Esta vez provine de fuentes oficiales de organismos del gobierno estadounidense, mismo al que Joe Biden no encuentra forma de deslindar para no confrontar a su homólogo mexicano, lo que parece ya inevitable. Los fiscales norteamericanos, especialmente los distritales de Nueva York, tienen en mente acabar con el “narcoimperio” mexicano que cuesta miles de vida especialmente jóvenes en Estados Unidos a causa solamente del fentanilo, además de las otras drogas. Y esta vez no harán concesiones, según se observa, a procesos de investigación que pudieran acabar de manera impredecible. Sólo hay que tener presente de lo que son capaces estos fiscales cuando ya tienen tras las rejas hasta a un expresidente, al hondureño Juan Orlando Fernández, a quien acusan de sus nexos con el “Chapo” Guzmán.

Y es que, en la Unión Americana, por distintos medios, incluido el Congreso, dependencias federales, gobiernos estatales como el de Texas y naturalmente quienes aprovechan coyunturas como Donald Trump, consideran fundamental declarar la guerra al narco mexicano. De hecho, ya hay una consigna al respecto contra Ismael el “Mayo” Zambada y una recompensa de 15 millones de dólares por su cabeza, precisamente al atribuírsele ser el principal surtidor de fentanilo. Pero, mientras, el gobierno mexicano se obstina en calificar de falso que aquí se produzca la droga y, lo peor, a la vista de todos cárteles y mafias se adueñan de calles, ciudades y hasta de estados y regiones enteras, por no decir del país.

El caso de Guerrero, donde Evelyn Salgado cogobierna con su nepotista papá, es uno de los más patéticos y claros ejemplos de cómo se ha permitido a los grupos criminales enseñorearse, cometer toda clase de tropelías, homicidios, cobro de derechos de piso, etcétera, y hoy gran parte de la sociedad está simplemente paralizada. Y así se repudia la “guerra contra el narco” de otros tiempos, aunque por otro lado se maniata a las fuerzas armadas, se transgrede la Constitución al permitirse continúe la Guardia Nacional bajo el mando de la Sedena y una débil secretaria de Seguridad, Rosa Icela Rodríguez, se cobija bajo el manto presidencial en su tarea dice de “construcción de la paz”, pero a la vista con casi nulos resultados reales para combatir al hampa organizada. Con el problema de sangre y grupos criminales hasta el cuello, el gobernador de Michoacán, Alfredo Ramírez Bedolla, se lanzó a decir que López Obrador es “el mejor presidente que ha tenido México desde hace cien años”. Vaya qué descaro y cinismo.

Desde luego que el calificativo mediático de “narcopresidente” crispó no solamente al aludido, sino que cimbró a toda la estructura de la 4T. Los cuestionamientos internos y externos se multiplican, los dirigentes morenistas y su candidata clon no atinan a la defensa. Vamos ni con la visita al Papa -precipitada intencionalmente tras la que hizo Xóchitl Gálvez- rescató Sheinbaum (que todos sabemos y ella manifiesta no ser católica), algo de la imagen de pureza y honestidad que se presume bajo el régimen obradorista. El pleito con periodistas, con las agencias noticiosas, con el mismo gobierno de Biden ya no tan dispuesto a rescatarlo y soportarlo, deja a López Obrador en una cuerda floja en la que ahora le toca ser el equilibrista. Tiene razón en estar preocupado y muy enojado. Se ha tocado con un torpedo a la línea de flotación de la 4T. Los excesos triunfalistas de la próxima elección se tornan cada vez más forzados, mientras el presidente proclama ya “superada” la corrupción y los problemas graves del crimen como los que obligan ahora a los transportistas al paro, son, como todo para él, una simple politiquería más. Todo indica: el “cierre” soñado del sexenio, empieza ya a disiparse.


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