Dictadura perfecta o perfecta dictadura

Jalisco /

Vargas Llosa, el laureado escritor peruano que una vez dijo de México que era una “dictadura perfecta”, precisamente en los tiempos en que el PRI se enseñoreaba de frontera a frontera y de costa a costa, sin que nada ni nadie pudiera vencerlo en la inmensa mayoría de los frentes, no pensó entonces lo que un país más cercano a sus orígenes llegaría a ser peor con el tiempo. Simplemente, hoy se ve que Venezuela se desmorona sin que en apariencia pueda alguien ponerle freno. Para Nicolás Maduro, la secuencia, a la muerte de Hugo Chávez, fue la de considerarse ungido para seguir gobernando indefinidamente. Esta vez, empero, una oposición más organizada y preparada para hacerle frente, no está de acuerdo en doblegarse ante la tiranía y hay algunos países que hasta reclaman un reconteo y revisión de la elección de hace días, a lo que Maduro respondió con un rechazo al grado de poner a su país al borde de la ruptura de relaciones con más de media docena de países.

Sin embargo, la experiencia es más que aleccionadora: se fraguó durante años una restricción de toda clase de opositores, encarcelando a unos, expulsando a otros, descalificando de mil maneras a los sobrevivientes en esa lucha democrática y, por otro lado, eliminar la prensa hostil a sus pretensiones, incluidas las desapariciones de algunos medios contrarios y, lo más importante, ir acotando, cooptando y hasta sometiendo a los otros dos poderes y a sus organismos autónomos (incluido el electoral), así como naturalmente ampliando potestades y beneficios a las fuerzas armadas, además de tomar fondos del erario para otorgar fondos y prebendas a sus seguidores. ¿Alguna vez hemos oído algo de esto en alguna parte?

Los parecidos en cuanto a estrategias han sido asombrosos. Con un estilo diferente, ahora que cuenta con el respaldo de una votación avasallante, el partido de nuestro actual presidente de la república se alista a que en cuestión ya no de meses sino de unas cuantas semanas, los incondicionales presidenciales pondrán fin a cuando menos medio siglo de una lucha intensa por la democracia, para que la nueva presidenta asuma su cargo con un nuevo estatus de país, el peor quizá. Ya no habrá voz discrepante que tenga peso específico para contrariar, menos modificar, iniciativas que impondrán un cerrojazo a los esfuerzos por adaptar a México a la democracia moderna. De un simple plumazo, serán eliminados los posibles obstáculos a los sueños de autarquía y presidencialismo absolutista.

De hecho, hemos perdido lo que nos queda de esperanza, para que la presidenta electa al menos dé señales de tomar algunos caminos que le otorguen una identidad propia. No sabemos si simplemente intenta no incurrir en fricciones con el mandatario saliente o, si, por otra parte, en su momento dará la sorpresa de mostrarse diferente, con personalidad y carácter para ir eliminando los errores del sexenio que termina -que no son pocos-, y ya sin tener que recurrir a eso del “segundo piso” de una transformación que sabe bien no está en los niveles ni alcances de la Independencia, la Reforma o la Revolución, sino fruto de una megalomanía insensata y del engaño recurrente. Lamentablemente hasta ahora los signos no son tan alentadores. Los nombramientos del nuevo “gabinete” conllevan algunas figuras que ciertamente poseen atributos y calidad profesional; otros, en cambio, ponen a la luz la intención de seguir marcando el paso al nuevo gobierno bajo las normas que el presidente “saliente” quiera. Y vaya que es obvia esta postura cuando la más importante cartera de un gobierno, la de Gobernación, se entrega a una incondicional que cualquiera reconoce por su incondicionalidad con perfiles de lacayismo hacia el que, dice, se va casi al exilio. Y no es el único caso importante.

Las cosas, además de las difíciles condiciones de gobernabilidad del país, se complican ante las acciones emprendidas por el gobierno del país vecino. La única explicación que podemos imaginar ante lo sucedido con el “Mayo” Zambada (señor Zambada para el presidente), es que en la Unión Americana el aún gobierno de Biden ya perdió la paciencia frente a un gobierno (el nuestro), incapaz de ver a un capo del narcotráfico vivir frente a sus narices, sin la posibilidad de hacer nada. Luego, a rasgarse las vestiduras por la intromisión y las violaciones a la soberanía nacional. La connotación electorera en Estados Unidos no deja de ser real, pero a decir verdad no es difícil que estas cosas sucedan ante la pasividad e ineficiencia, el disimulo en el mejor de los casos por no arriesgarnos a verlo como arreglo a trasmano vaya usted a saber por qué motivo.

Y es que, con todo y lo que nos asombre no la dictadura perfecta sino simple y llanamente una perfecta dictadura en la tierra del mismo Bolívar, no hay duda aquí el pato ya parece y camina como pato y asemeja en mucho algunos de sus ominosos signos, aquí mismo, donde creímos todos que caminábamos hacia otro nivel. Las transformaciones no son involuciones y las dictaduras perfectas no existen. Son simple y llanamente dictaduras. Así de sencillo.


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