La más reciente manifestación de poder de la presidenta Claudia Sheinbaum frente a sus decenas de miles de seguidores en el zócalo capitalino (la cifra exacta nunca se sabe puesto que el espacio parece de chicle según se trate del gobierno o de sus opositores, pero que no llega a tener un aforo tan abultado como ¡600 mil!), no es sino la comprobación -una vez más-, de que la Constitución sigue siendo vulnerada desde el mismo Palacio Nacional. Y es que, una vez al mando de la nación, las diferencias de colores, de credos, tendencias políticas, géneros, etcétera, han de desvanecerse. Es decir, se gobierna al menos en teoría para todos, sin distinción. Sin embargo, la presidenta fue muy contundente al expresarse de manera tal que no está dispuesta a ceder ante nada y que su régimen está identificado plenamente de un solo lado, o lo que es lo mismo, Sheinbaum gobierna sólo con, para y por su partido.
Esto resulta inquietante desde el punto de vista del criterio de la democracia genuina. Donde ciertamente ser disidente no significa ser “adversario”, según el término acuñado tantas veces por el anterior mandatario. Adversario es, en lenguaje político, un enemigo, y los enemigos están para ser vencidos cuando el poder se ejerce de manera autoritaria o dictatorial. Por mucho que se quiera disfrazar un evento de una manifestación popular, a nadie le convence ya que se trata de una espontánea muestra de afecto y lealtad hacia quien detenta el Ejecutivo. No hubo ahora ya tal impacto que en su momento fue uno de los instrumentos más socorridos durante el sexenio anterior. El simple hecho de haber organizado lo que debe interpretarse como un mitin de partido, pone a Sheinbaum en la misma línea de quien la precedió y semeja las prácticas rutinarias de concentración humana usuales en el viejo régimen Priísta. Y, que tanto fustigó y cuestionó en su momento el mismísimo López Obrador. Entonces, ¿en qué no son iguales?
El tema, por lo demás, la conmemoración de los “primeros” siete años de la autodenominada cuarta transformación, no es sino una forma de solidaridad con el gobierno anterior, más que con el actual. Quizá por las presiones ejercidas en meses recientes, sobre todo a raíz del asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, las manifestaciones por la paz en la capital y en muchísimas ciudades del país y otras inconformidades, llevaron nuevamente a Sheinbaum a asirse de su maestro y guía para seguir mostrándole lealtad a pesar de que ya barruntaban otras acciones para empezar a escindirse de él. Imposible, no funcionó. La separación del fiscal de la república, Alejandro Gertz, forzada según se empieza a ver e impelida al grado de que la supuesta embajada y que fue el “motivo grave” de su separación del cargo deja muchas dudas en cuanto a la complacencia o no del patriarca de Palenque quien fuera su protector incondicional en su época. Hoy, es Ernestina Godoy, además de la demostración que los “dedazos” no parece que acabarán nunca, el síntoma inequívoco de que la presidenta pretende a duras penas tomar las riendas, aunque esto dista mucho aún de poder ser real. Godoy, por su parte, da los primeros tropiezos y pone en claro que la justicia, teniendo como eje común a la Fiscalía con una autonomía fracturada desde el inicio y a un Poder Judicial de figuras dispuestas a una ignominiosa obediencia al Ejecutivo, sencillamente se expone ya a subrayar que su gestión no utilizará para todos con el mismo rasero. Para César Duarte, todo el peso de la ley, para Adán Augusto López, la ley y la justicia a modo.
No obstante, los dichos de la presidenta en cuanto a poner en alto que es muy fuerte y que para nada le afectan sus opositores, sus “bots y sus robots”, dijo, así como las campañas difamatorias en su contra, no se aprecian ya tan convincentes. Según ella, Clara Brugada y demás séquito, los muchos miles de seres convocados en el zócalo demuestran su inclaudicable amor por la presidenta, por su régimen y, sobre todo, por sus colores. A nivel de tierra, la realidad fue otra. Cientos y cientos de camiones estacionados por doquier en el centro capitalino, procedentes de la “cuota” impuesta a gobiernos estatales, municipales y, también, dirigentes de lo que antes era señalado con dedo flamígero: las organizaciones y el corporativismo.
Ya nadie puede creer otra cosa: Sheinbaum no gobierna para todos los mexicanos como marca la Constitución. Aún sigue gobernando para el patriarca y para su partido. Así de claro y sencillo.