Manuel Lapuente entendió el futbol con la cabeza y lo vivió siempre con el corazón, por eso platicar con él dejaba anécdotas, pero sobre todo, lecciones.
Quién diría que Manolo estuvo a punto de no ser director técnico. Aunque siempre lo soñó, con el paso del tiempo se le habían quitado las ganas, y por su mente pasaban algunas otras ideas para el momento de su retiro como futbolista.
Afortunadamente, se encontró con el estratega ideal, "el maestro de maestros", como el llamaba a Ignacio Trelles.
En una de las últimas pláticas que tuve con Lapuente en su casa en Puebla, resaltó con entusiasmo esa parte de su vida, cuando Don Nacho, con cuatro títulos de Liga en aquel entonces (1972), lo dirigió en el Puebla y le enseñó con hechos el camino. Lo recordó como un hombre disciplinado, sonriente, con la idea de dejar algo en sus futbolistas.
“Siempre pensé lo que iba a hacer. En segundo de secundaria, a un tío jesuita le dije: ‘Yo sé qué voy a hacer de mi vida: voy a ser futbolista’. Él me respondió: ‘Sobrino, eso dura muy poco’. Y yo le insistí: ‘No, porque después voy a ser entrenador’. Desde entonces tenía eso en mente”.
Enseguida agregó: “Después ya me había quitado las ganas; pasé por el Atlas, por varios equipos, y cuando llegué al Puebla, al oír a Nacho Trelles y estar con él, ver la forma en que entrenaba, me volvieron las ganas de ser técnico. Ya se me habían quitado, pero él me las devolvió”.
Qué bueno que siguió con sus planes. Es verdad que sus equipos no eran espectaculares, porque en ello radicaba la precisión. En la Liga fue dos veces campeón con Puebla, una con Necaxa y otras dos ocasiones con América. Además, se apasionaba cuando hablaba de su estapa como entrenador del Tricolor, de los entrenamientos, de los futbolistas, del Mundial que dirigió (Francia 1998) y de los momentos que le siguieron.
En otra de las muchas charlas con Manolo, sentado en el patio de su casa, resaltó justamente cómo a él le tocó la época en que, en el futbol, México no se intimidaba ante Estados Unidos.
“Salíamos muy confiados; había que hablar sobre eso siempre. Era como decir: ‘Jugamos este partido y ya’. Era diferente”, enfatizó, con un rostro que reflejaba mucha seguridad. En seguida los rasgos se relajaron y esbozó una sonrisa, porque recordó: “Aunque por eso salí de la selección (en 1991). Me costó la chamba una derrota contra Estados Unidos en la Copa Oro”.
Y bueno, otro rasgo fue su respaldo hacia el jugador mexicano, porque él creía fervientemente que era quien debía sobresalir en la Liga MX, y eso se reflejaría en una mejora del Tri.
“Cuando estábamos con cuatro extranjeros estábamos mucho mejor, con cuatro no nacidos en México”, insistió en una de esas charlas que retratamos en La Afición.
En los últimos años, Lapuente prefirió ser más discreto con sus comentarios, pero siempre estuvo al pendiente de lo que más le gustaba, el futbol.
Ahí queda su legado, en trofeos, resultados, en formación de jugadores, de otros técnicos, en sus ideas que guardan páginas de periódicos, en entrevistas de radio, televisión y medios digitales. Ahí está todo lo que dio, en la coherencia de una carrera hecha con convicción.