En el ámbito de las campañas electorales se habla del fenómeno de la “spotización” para referirse a cómo el esquema privilegiado por la mercadotecnia de emitir mensajes breves y machacones se filtró a la promoción de las opciones políticas, lo cual trajo consigo dificultades mayúsculas para presentar a profundidad –eso en el caso de que la tengan– las propuestas de gobierno de quienes aspiran a un cargo público.
Si esto es grave, lo es aún más el que, una vez llegados al anhelado cargo, las propuestas, pretendidamente convertidas en obras, se comuniquen también bajo este sistema en el que se apuesta por el impacto efímero y por la memoria de corto plazo.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad que una pretendida simplicidad para medir los logros de la Administración Pública. La construcción de indicadores para conocer los avances de determinada política es una rama específica de una disciplina científica. Cuando se evalúa el trabajo de un gobierno, se está poniendo a prueba lo que se denomina el modelo causal de un sinfín de actividades que pretenden brindar solución a los problemas de la agenda pública.
¿Qué y, sobre todo, quiénes son culpables u objetivamente responsables de la situación nociva en la que viven algunas personas? ¿Qué acciones puede llevar a cabo el gobierno para que esos responsables modifiquen su conducta y, en consecuencia, el efecto negativo de su actividad cese? ¿Cómo se garantiza que una cosa esté alineada con la otra?
Y una vez que sabemos que el gobierno está haciendo algo para resolver un problema y que eso que está haciendo es lo correcto, queda todavía evaluar si lo está haciendo de la forma más eficiente posible.
Traer a la mesa verdaderos elementos de evaluación y comunicar adecuadamente los logros de una administración es uno de los principales retos para el fortalecimiento democrático. Ahora que es época de informes, no podemos olvidar que la opinión del ciudadano hoy, se convierte en el voto del elector mañana.