La Conapred organizó una mesa redonda en la que uno de los expositores sería un youtuber llamado Chumel Torres. Los temas a debate eran el racismo y el clasismo, sin embargo, terminó por anularse en respuesta a las miles de opiniones criticando la decisión de invitar a este individuo a disertar sobre temas de los que es ejemplo de lo que no se debe hacer. Pero, laberinto de paradojas, esta cancelación engendró un evento aún mayor. De entrada, se suscitó un debate con muchos más participantes de los que originalmente se habían convocado. Por otro lado, esas expresiones generaron acción de parte del aparato estatal, cosa que muy rara vez se consigue desde mesas redondas perfectamente organizadas y controladas en las que participan expertos. Además, se abrió una nueva línea de discusión: ¿Se debe ser tolerante con los intolerantes? ¿Se debe poner límites a la libertad de expresión?
Décadas de debates filosóficos no han podido responder estas preguntas que Popper muy bien etiquetaba como paradojas. Hay un límite en el que quienes se han pronunciado al respecto parecen coincidir y es la capacidad que tienen los intolerantes de poner en riesgo el sistema que hace posible no solo su libre pensamiento y enunciación del mismo, sino el de todos. Lo mismo va para quien busca adeptos para sus propuestas discriminatorias, que para quien llega al poder por vías democráticas que luego intenta dinamitar.
Eso implica que el riesgo no solo proviene de quien emite las opiniones, sino de quienes las escuchan. Por cada pequeño dictador en ciernes, hay miles de seguidores potenciales que han renunciado a su discernimiento para trocarlo por la fe en un mesías que, como en Esperando a Godot, pareciera nunca llegar. El antídoto es el debate público, y justamente es eso lo que este desaguisado suscitó. Hago votos porque esta dinámica se reproduzca, urge que la ciudadanía se pronuncie sobre un sinfín de temas, y el músculo ciudadano solo se desarrolla ejercitándolo.
Politóloga*miriamhd4@yahoo.com