A escasos días de que termine el periodo presidencial de López Obrador, cerrará todo un fenómeno de comunicación política: las mañaneras. Poco importa si Claudia Sheinbaum opta o no por mantenerlas, una mañanera sin López Obrador no es mañanera.
Todo apuntaría a que un mandatario con una exposición mediática tan constante y prolongada vería erosionarse su popularidad; sin embargo, en este caso no solo no lo dañó, sino que catapultó sus bonos entre la ciudadanía.
La fórmula para lograrlo aparentemente sorprende de tan sencilla. Los ingredientes evidentes son, de entrada, su horario, que ha permitido al Presidente fijar la agenda diaria: él habló siempre primero, en consecuencia, lo dicho por los demás actores políticos terminaron siempre por ser reacciones. Segundo, el plantear que el ejercicio era siempre una medida extrema, una respuesta a la injusticia de los medios, una necesidad de explicar personalmente lo que ocurría para evitar la falsa interpretación que a los hechos pudieran dar los enemigos. Tercero, en íntima relación con lo anterior, una narrativa basada en la polarización. Prácticamente todas las historias eran contadas en términos de buenos y malos, con la ya consabida fórmula que hizo el éxito de indios y vaqueros o policías y ladrones. AMLO se coronó campeón en la construcción de enemigos, logrando como consecuencia la unión de aquellos que se sentían víctimas potenciales de quienes eran señalados.
Pero digo que esta trilogía de estratagemas, si bien no es falsa, solo explica en apariencia el éxito del ejercicio. La pinza se cierra con el personaje que Andrés Manuel ha sabido encarnar magistralmente. Mezcla de anciano bonachón, científico despistado, caudillo en el ocaso y revolucionario setentero, pudo despertar —muchas veces en una misma edición de su programa matutino— ternura, convicción, respaldo. Andrés Manuel como titiritero eligió a la mejor marioneta: él mismo, y el público que con mayor candidez creyó en la veracidad del personaje fue la oposición a la que sin duda llevó al terreno que quiso hasta el último momento. Dígalo si no el que ahora la tenga defendiendo al enemigo por antonomasia del pueblo mexicano: la corona española.