Fray Bartolomé de las Casas era obispo en Chiapas, lo era también Samuel Ruiz, quien encabezaba la Diócesis de San Cristóbal. Seguramente no es casualidad que esta demarcación de la Iglesia católica tenga liderazgos con un alto activismo en favor de las personas más necesitadas. Me atrevo también a creer que el motivo de ello no tiene tanto que ver con la forma en la que el catolicismo nombra a sus jerarcas, sino más bien con lo que estos personajes —aun ejemplos tan distantes en el tiempo como los que acabo de mencionar— ven en la cotidianeidad de su encargo. No hay mucha diferencia entre no reconocer derechos a las personas indígenas y no contar con instituciones que les permitan acceder a ellos. Ése ha sido prácticamente el único tránsito vivido en Chiapas: Del “no existes” al “no me importas”. Del no reconocimiento a la impavidez ante la violencia, pobreza, desplazamientos, violaciones. Por eso no sorprende que el actual obispo de San Cristóbal, Luis Manuel López Alfaro, haya encabezado una marcha, integrada fundamentalmente por personas de origen tzotzil, acusando un vacío de autoridad en el Estado que permite al crimen organizado convertir en campo de batalla regiones cuyos habitantes no tienen más elección que vivir atrapados entre el fuego cruzado o desplazarse en condiciones que suman a su ya de por sí grave pauperización. Nada cambia en Chiapas, pero todo empeora. Cada problema que se vive en el país, como los feminicidios, la violencia entre cárteles, el asesinato de personas activistas, allí se amplifica por las condiciones de pobreza preexistentes. Pero lo que debiera ser una emergencia nacional, como la atención a las regiones más vulnerables, vive la suerte de lo endémico, la crueldad de la invisibilización que genera el estar cubierto por el manto de lo cotidiano. Se ha hablado mucho acerca de si la movilización electoral hacia 2024 viola o no las normas electorales, pero creo que a ese debate hay que sumar otro más importante: Cómo la anticipación del ambiente de campañas distrae el trabajo de los gobiernos y el foco de la opinión pública, dejando de lado, nuevamente, los problemas endémicos. Qué paradoja: la búsqueda incesante del poder genera vacíos en el mismo.
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