Creo que no es motivo de escándalo el que diga que los pesos y contrapesos entre Poderes en nuestro país se están desdibujando. Sin entrar en el debate de si es una fórmula aplicada con esa finalidad por parte del Gobierno en turno, creo que es válido decir que a todas luces la amplísima mayoría de la que goza Morena en las Cámaras, al tiempo que el Ejecutivo es detentado desde el sexenio pasado por quienes fueron sus candidatos, ha traído una armonía plena entre las acciones y posturas de ambas instancias. A ello se sumará, por una reforma judicial que parece ya incontestable, un Poder Judicial también más afín a las propuestas del partido color burdeos. La lógica simple permite predecirlo: Morena arrasó en las elecciones de los otros dos Poderes y una vez que el tercero se lleve también al veredicto de las urnas es altamente probable que quede impregnado de la misma tendencia electoral.
Se acerca inexorable ese momento en el que la comunión de proyectos entre Ejecutivo, Legislativo y Judicial vuelva casi imperceptible la línea que los separa. Pero la división de Poderes en México no es una línea, sino una matriz. Efectivamente en la horizontal encontramos a los tres ya muy próximos a hermanarse, pero en la vertical se anidan no solo la Federación, sino estados y municipios.
Padeceremos más que nunca los resultados de la inanición a la que por décadas hemos sometido a los municipios que, salvo las grandes capitales, son prácticamente figuras retóricas. Sería difícil que desde allí se alcen las voces que contengan la tendencia absolutista. Pero queda el federalismo. Y sí, muchas gubernaturas se apuntalan en la misma fuerza electoral del guinda, pero aún esas están obligadas a hacer eco de sus problemáticas específicas y atenderlas. Los particularismos locales siempre tienen sed de hacerse notar en el centro y dificultan la conciliación de intereses en los parlamentos. Tal vez de allí surjan las fuerzas que equilibren la tendencia mayoritaria en el país. Solo el tiempo lo dirá.