Hablamos mucho de las interseccionalidades, es decir, yuxtaposiciones de vulneraciones que se traducen en condiciones de vida muy desfavorables. Pero hay que sacarlas de la teoría y traerlas a la realidad de las políticas públicas.
Por ejemplo, en el caso de las mujeres rurales, para quienes a la discriminación transversal por género se agrega la que se vive en zonas escasamente pobladas.
La vida en el campo es más dura y no solo por el alto componente físico de las labores que se realizan, con mucha frecuencia en condiciones climáticas muy retadoras, sino también por brechas de desigualdad. Por ejemplo, el porcentaje de niñas no escolarizadas en entornos rurales más que duplica esa cifra para los entornos urbanos. No es de extrañar pues que en el campo el 11 por ciento de las mujeres sea analfabeta, frente a menos de cuatro por ciento que vive dicha condición en el área urbana.
Pero a la intersección se suma una contradicción, la de empobrecer a quien enriquece la tierra. El vínculo entre las mujeres y la parcela es un nexo diferente y más estrecho. Se teje del entendimiento mutuo de lo que significa gestar y nutrir.
Nadie empatiza más con lo que la tierra padece, que la mujer que camina sobre ella. El sufrimiento de una empata con el de la otra porque sabe cuánto depende de ese terreno para alimentar a su familia.
La consigna revolucionaria de que la tierra debe ser de quien la trabaja adquiere una nueva dimensión cuando es atravesada por la brecha de género. Esa Revolución que peleamos codo a codo con los hombres, nos desterró en el sentido más literal del término; no solo nos dejó fuera de la nueva Constitución sin calidad de ciudadanas, sino que con ello nos alejó de toda autonomía y capacidad de decisión.
Fuimos menores de edad cuando strataba de desposeernos, pero perfectamente capaces cuando se trataba de que nuestros trabajos hicieran producir el campo y prodigarle cuidados. Parafraseando a Flora Tristán: hay alguien más oprimido que el campesino y es la mujer rural.
La Presidenta ha hecho el compromiso de garantizar los títulos de propiedad de las mujeres que trabajan nuestros campos, si lo logra, habrá hecho llegar una justicia largamente esperada por quienes alimentan a la patria.